lunes, 15 de noviembre de 2010

plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro

Sobre “NO ESCRIBAS” de Samuel Schkolnik en PARKER 51.
O sobre
“plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”,
¿paradigmas superados?


Gea fue primera.
De su conjunción con la niebla emergió lo vegetal.
Más tarde el animal.
¿Según la mitología pagana?


Superada la teoría de la generación espontánea, que desde la antigüedad permitió explicar en parte el origen de la vida a sabios como Platón o Aristóteles, incluso hasta el siglo XVII, cuando van Helmont aún sostenía que las ratas y otros seres proceden de la tierra y de la basura. Desde Pasteur en adelante, se pudo comprobar que la vida siempre procede de la vida, lo que llevó a los sabios de estos últimos siglos a pensar que el origen de la vida se debía a especiales condiciones que reinaron en el planeta in illo tempore, aunque recientes descubrimientos, realizados en las profundidades de las fosas abisales del Pacífico, permiten comprobar que la vida se genera aún hoy (en forma de moléculas orgánicas) a presiones y temperaturas en las que se creía no podía existir la misma
“Toda la vida animal, en último término, depende de los vegetales. Si no existieran las plantas, no podría haber tampoco vida animal en el mundo”, dice E. Strasburger en su Tratado de Botánica.
Por la misma época el escritor José Martí, según versa en Wikipedia, decía esto de “plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”, aunque otra ¿confundida? escritora atribuye a Confucio la peregrina idea para acrecentar la natural confusión, valga la cacofónica similitud, ¿dice la frase? : “ser hombre significa plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro”. Aunque opino esto sería por aquella época de fines del siglo XIX cuando aún nada se sabía del calentamiento global, la amenaza de superpoblación o de la desaparición de las áreas de bosques y selvas naturales, o de las facilidades contemporáneas para publicar un libro.
Al respecto, Samuel Schkolnick dice en su relato “No escribas”, del libro Parker 51 (Tucumán, 2010), que si cada habitante del planeta hiciera caso de la frase que reza esto y publicara un libro, y él lo hizo, y no uno, ni dos, sino que tres, e incluso teniendo en cuenta los escritos en colaboración, serían muchos más: tales volúmenes (los libros producidos por el caudal íntegro de seres humanos vivientes) puestos uno sobre otro harían la mitad del camino a la luna etcétera, para llegar finalmente a concluir que el número vuelve imposible su lectura por lo que finaliza recomendando ni escribir. Sabio como es (y ya lo preconizaba Genie Valentié por la década del ochenta) maestro y doctor en filosofía, su recomendación resulta más que acertada. Se puede aumentar la insuficiencia del arte pensando que en realidad los más grandes escritores son memorables no por todas sus innumerables páginas sino que solo por algunas cuantas.
De ello deducimos que son muchas las páginas para el olvido y pocas las del recuerdo. O a veces mejor ni recordar la mayor parte de esas páginas.
Abandonemos aquí a Shkolnick y analicemos a los congéneres del filósofo.
Sería bueno reformular ahora y a la luz de estas ideas y las que la ciencia nos dio, estos postulados y decir que Ser hombre hoy sería: plantar al menos un árbol cada día, o aunque más no fuera uno cada semana, aunque el solo hecho de plantarlos no basta sino también sería menester cuidarlos hasta que lleguen a ser lo que su potencial genético les signa: a diario se ven tantos árboles destruidos en las aceras por la acción de los indolentes que resulta evidente que la buena intención no alcanza. Se sabe también de aquellos que talan indiscriminadamente bosques, montes y selvas, aunque a éstos no los veamos, la única manera de subsanar en parte el daño sería éste. Y aquí debemos hacer una aclaración sobre un error muy frecuente: se siembran las semillas, se plantan las plantas, por lo que, si hablamos de plantar es obvio que antes la hemos sembrado y cuidado hasta que llegó a ser un pequeño árbol al que podremos plantar en el sitio adecuado: ellos trabajarán para nosotros secuestrando dióxido de la atmósfera con el que elaboran hidratos de carbono o maderas, disipando además el inclemente calor solar con su sombra y devolviendo al aire el imprescindible oxígeno, sin embargo, por ello debe pagar con su vida cuando solo nos ofrece beneficios, dado que encontró en el hombre un socio demasiado agresivo para realizar con él su simbiosis o su mutualismo.
En cuanto a tener un hijo, hasta dos serían posibles por pareja, sin que pase el hombre a convertirse en una amenaza contra sí mismo, lo de paso sea dicho ha venido ocurriendo sin ninguna solución planteada sobre tablas más que la que pergeña mentes pérfidas de mandarlos a morir en batallas o presas de enfermedades devastadoras o en desastres ambientales. Sin embargo se ve tanta gente dispuesta a multiplicarse: Se encuentran también tantos hijos abandonados que a esa máxima debiera aumentársele la aclaración: educarlo en el amor a la naturaleza para llegue a ser un guardián de ella y no otro enemigo dispuesto a explotarla hasta las últimas consecuencias.
Todo esto nos retrotrae al principio de los tiempos, y es bueno recordar que el reino vegetal es el hacedor primario, el productor de todas las formas de energía salvo aquellas contenidas en los minerales, también aprovechables, no sin escándalo. Son los vegetales los generadores de la atmósfera que envuelve al planeta, formada a través de eones: fruto de su respiración y del balance positivo entre el dióxido secuestrado a favor del oxígeno generado imprescindible para la aparición del tercer reino: el animal. ¿Cuarto reino, quizá? si tenemos en cuenta el Fungi apartado ya del vegetal, aunque aún queda por resolver la incógnita planteada por la existencia de los virus, y ni mencionemos las bacterias.
Y respecto a escribir el libro ¿cometerlo, dirían algunos? Se escriben tantos libros fútiles que apena pensar que tendrán la muerte del papel picado con el consiguiente doble daño: haber privado al medio ambiente del árbol que liberaría oxígeno cuando se lo taló para hacer pulpa de papel con el triste final de liberar más dióxido cuando se lo queme por ser un libro inservible.
Pero pensándolo tranquilamente: ser hombre es ser un animal consumidor que con su sola subsistencia va minando el equilibrio de la naturaleza, alterando el paisaje y la geografía: respirar genera de por sí gases nocivos, de tal suerte que ése sería el original pecado que sabiamente señalan las sagradas escrituras.
Reformulada entonces la popular y colectiva creencia, ser hombre sería: plantar un árbol cada día y cuidarlo hasta que su tronco resista el embate del viento del verano; tener hasta dos hijos sin abandonarlos, educándolos amorosamente hasta que puedan ganarse su merecido sustento; y, respecto a escribir, hazlo siempre y cuando sea un buen libro: dotado de originalidad, concisión y armonía. De lo contrario mejor, como el maestro nos lo ha dicho: “ni escribas”, y nadie debiera entonces recriminarte nada, hasta sería posible pensar, finalizado tu ciclo, que fuiste sin pecado concebido.
Sin pretender ser un eclesiástico, ¿sería acaso exagerado agregar que el resto es vanidad de vanidades?
O decir, se es hombre a partir del momento que se hace conciencia que su sola presencia adultera el balance energético entre productores y consumidores en Gea.


Gea fue primera.
De su respiración emergió el vegetal.
De la silente respiración vegetal emergió el animal.
De entre ellos surgió evolutivamente el hombre.
Más ¿De dónde viene Samuel?
Hasta de dónde viene el mismo González. Y en qué café reirán conversando sobre aquellas cartas que le mandaba en otros tiempos, cargadas de una sutil ironía desestructurando todo aquello que aceptamos como vistas, pesadas y medidas aunque solo valen como palabras y plumas el viento las tumba.
Me gratifica sospechar que esta etapa de la humana evolución a la que pertenecemos será juzgada no por mí, ni por ti, sino por él, quien nunca creyó a pies juntillas en los dicen que dijeron que decían, él entre tantos crédulos.
Resumiré diciendo de él: fue árbol, hijo y ahora es libro, así visto, es tiempo ahora de gozarlo en la lectura.

Jorge Namur, Noviembre de 2010