OTRO FRAGMENTO DE EVANGELIO APOCRIFO


La encontró encaramada a la higuera: bella, surcada de bandas amarillas, grises y rojas, perezosamente aletargada en el fresco aire matutino, inmutable ante la presencia de otro género, parecía dormir.
Los frutos a su alrededor estaban inflamados, como a punto de estallar, algunos mostraban signos de haber sido comenzados por alguna de las infinitas aves que sobrevuelan la escena, rompiendo el calmo arrullo del cercano río con sus trinos y atolondradas acrobacia aérea en plena estación de celo, llenando el aire de colorido y desenfrenado movimiento. Justo es aclarar, que por ser los frutos tan atractivos para las aéreas compañeras, es que está aquí, aguardando engullirse, o la creación en un siete colores y de paso tragarse la tonta diversión de su hacedor, o adueñarse de todas las vetas metálicas azules al capturar un celestino, o la obscuridad pretérita absoluta del inicio de los tiempos anterior a la luz, en un tordo, incluso del mismo verbo que dio origen a todo este barullo si consiguiese atrapar un loro: hasta un colibrí, aunque diminuto, bastaría para tranquilizar el estómago. Mientras espera por los emplumados visitantes, la encuentra frente a sí, prístina Venus, mirando confiadamente: Tontamente confiada con el índice de una mano en los labios y tapando con la otra el pubis.
La mujer debió de sentirse tentada por esos frutos rezumando néctares por la sutura del iluminado pomo, e ignorando la presencia de la bestia y eso que el saurio chistó y ella debería de haberse aterrorizado si hubiera escuchado historias previas de reptiles, pero esto no era posible ya que no existen historias anteriores, porque según consta en actas fue la primera y se mantuvo inmutable también ante la criatura.
Tras el conocido diálogo, ella tomó siete brevas en perfecta madurez y con suficiente cantidad de azúcares acumulados para merecer no solo que los pájaros las gozaran y se las fue comiendo una tras otra, hasta que se vio obligada a acercar la mano para conseguir más: hasta es posible que haya rozado el cuerpo de la bestia.
Por casualidad él pasó persiguiendo un cervatillo, que de a ratos se detiene y parece que se dejará atrapar, al verla tan pálida, tan segura, ocultando algo con la mano entre sus piernas, olvida al animal que perseguía.
El final es conocido por la mayoría: bla, ble, bli, blo, blu: La culpa, siempre es del otro.



J.N. 2010