Presentación del libro La Randa
Una artesanía tucumana
De Tulio Santiago Ottonello
Fue en el año 1965 que mi padre nos llevó junto a mis hermanos a los
festejos de los cuatrocientos años de la fundación de Ibatín.
Aquello tuvo lugar en un escenario imaginario o etérico ya que nada
quedaba de la ciudad virreinal salvo su
recuerdo suspendido sobre el cielo tucumano flotando sobre los retazos de selva
y los omnipresentes y ubicuos mosquitos
zumbando con voces casi inaudibles como en el pasado remoto cuando las fiebres
palúdicas diezmaban a los primeros habitantes. Yo tenía entonces nueve años.
Contrariamente al promedio del tucumano básico que según se dice no conoce sus propios
museos, yo tengo desde siempre el hábito de visitar los sitios de valor patrimonial.
Recientemente: hace un par de años, llevé a mis hijos y un sobrino para que
conocieran los restos de aquel importante punto de la historia colonial y pude
constatar que en casi medio siglo solamente se habían colocado unas pueriles
piedras pintadas delimitando los espacios antaño ocupados por el cabildo y
otras construcciones que existieron en el pasado. El lugar donde estuvo alguna
vez el árbol de la justicia y lo que ello implicaba, nos produjo honda
impresión. Una cruz de madera se yergue sobre el aire preñado de ausencias y
abandono señalando el sitio sacro donde estuvo la Catedral. Pero a pesar del indiferente abandono, me sentía
congratulado de que no se hubiera usado el predio para prácticas agrícolas como
ha ocurrido con muchos sitios de interés
históricos de nuestro país, tal como ocurrió con uno de los más
importantes yacimientos arqueológicos del NOA en el valle del Pucará en
Aconquija Catamarca, con sus restos de la cultura Alamito- Condor-Huasi infinitamente
erosionados por sucesivos paso de rastras a las que sin previo relevado
convirtieron en plantaciones de papa
semilla y para más ejemplo recordemos lo que estuvo a punto de
ocurrir con Esteco apenas tres o cuatro años atrás salvado de ser convertido en
sembradío de soja no sin escándalo.
Por la misma época, en San Miguel de Tucumán,
la presión política ejercida por valiosa gente de la cultura logró
desarticular la intención oficial de
convertir los pocos edificios de valor patrimonial que se salvaron de esta
especie de fiebre aniquiladora que parece venir desde la colonia: Lo que hoy
vemos como fértiles cañaverales son para el estudioso de la biología un espacio
desertizado y despojado de la biodiversidad de la selva pretérita, continuidad
de la gran Amazonía que llegaba hasta el Atlántico. Cierto es que los jaguares
se comieron algunos colonizadores y es posible que entonces se gestara esta
misteriosa vocación que algunos progresistas tucumanos ostentan aún hoy, de
deshacer lo hecho y lo creado para dejar en su lugar muestras del dudoso
progreso asentando así su impronta borrando el pasado, como si esto pudiera
mejorarnos.
De
igual manera a principios del siglo XX se demolió el Cabildo, innecesariamente
ya que la nueva casa de Gobierno hubiera podido coexistir con él sin
competencias y con el plus de enriquecernos.
Nuestra amada casa histórica o de Tucumán,
icono provincial, donde hoy nos encontramos, sufrió también el mismo demoledor
destino, salvo que fue reconstruida: ni
la reliquia de su puerta original nos pertenece y hoy la ostentamos en
préstamo, gentileza de un museo de Buenos Aires.
Pero todo este panorama que siembra la
angustia por el futuro, se disipa ante la existencia de hombres como Tulio
Santiago Ottonello, que como verdaderos magos, de su galera extraen y de la nada para rescatar para el futuro, un
Tucumán desechado. También un Carlos Páez de la Torre, que erige y dirige
diariamente un mundo que vamos olvidando o la amada Teresita Piossek Prebisch,
recordemos que sin su intervención jamás hubiéramos recobrado aquella otra
reliquia expoliada de la casa de las cien puertas o museo Avellaneda: la jarra
de Ibatín, e incluso Alba Omil que visionariamente prologa este maravilloso
libro de la editorial Lucio Piérola, agregando recomendaciones sobre como
revalorizar las Randas. Con el perdón por las omisiones de muchos otros que
regeneran el mundo a través de las ideas con solo invocarlo con sus mágicas
palabras: una especie de ábrete sésamo. Ya que todo lo que vemos en el mundo
físico debe su existencia al mundo de las ideas. Así es que todo lo material
pasó antes por ser una idea, un proyecto, antes de emerger convertido en algo
dimensional: Así es que lo palpable primeramente debe ser proyectado allí, en
el mundo etérico o impalpable para poder
emerger o regenerarse al mundo material.
Estas randas, son también iconos de nuestra
tierra como bien lo resalta el autor en
sus páginas y vienen del pasado remoto: estos
tímidos encajes del desaparecido Ibatín, valían más que el oro según lo
relata y rescata Tulio.
Enrique Rojas, psicoanalista español de
fuste, nos dice que la esperanza es el auténtico eje de la existencia. Es una
suma de ilusiones para completar nuevos proyectos, de expectativas de un futuro
siempre enriquecedor y de fe de trascender las propias limitaciones. La esperanza
es el resumen de la confianza que tenemos en nosotros mismos y en los demás, el
lazo que une, en una sucesión productiva y satisfactoria, el presente, el
pasado y el futuro. Es una auténtica columna vertebral de la vida y la
felicidad que constituye ese fin abstracto que perseguimos, no es un estado
ideal, sino saber comprender esta realidad: la existencia es una suma de
proyectos. No siempre tendremos éxito pero la esperanza nos dará ánimos para
superar las adversidades y los fracasos.
Tras ver materializado este libro,
parafraseando al inmortal maestro Jorge Luis
Borges, diré no me abandona, no,
la esperanza de que un día esto que comenzó su existencia en el mundo de
las ideas pase al mundo físico. Emblema de nuestra provincia, la randa volverá
a ver a Ibatín emerger de entre la nuboselva con sus tapires ramoneando entre
claros tapizados de azucenas y los
tucanes revoloteando en bandadas para fiesta de la vista como antaño. Y será
gracias al rescate de hombres de la cultura, cuya silenciosa y humilde labor
preserva lo que otros olvidamos, tal es
el caso de Tulio Santiago Ottonello y este maravilloso libro La Randa que tengo
la dicha de apadrinar hoy.
Jorge
J. Namur San Miguel de Tucumán, 8 de abril de
2010
Museo de la libertad: Casa Histórica de
Tucumán
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