martes, 22 de enero de 2013

la randa


Presentación del libro La Randa

Una artesanía tucumana

De Tulio Santiago Ottonello

Fue en el año 1965 que mi padre nos llevó junto a mis hermanos a los festejos de los cuatrocientos años de la fundación  de Ibatín.

Aquello tuvo lugar en un escenario imaginario o etérico ya que nada quedaba  de la ciudad virreinal salvo su recuerdo suspendido sobre el cielo tucumano flotando sobre los retazos de selva y los omnipresentes y ubicuos  mosquitos zumbando con voces casi inaudibles como en el pasado remoto cuando las fiebres palúdicas diezmaban a los primeros habitantes. Yo tenía entonces nueve años.

Contrariamente al promedio del tucumano básico  que según se dice no conoce sus propios museos, yo tengo desde siempre el hábito de visitar los sitios de valor patrimonial. Recientemente: hace un par de años, llevé a mis hijos y un sobrino para que conocieran los restos de aquel importante punto de la historia colonial y pude constatar que en casi medio siglo solamente se habían colocado unas pueriles piedras pintadas delimitando los espacios antaño ocupados por el cabildo y otras construcciones que existieron en el pasado. El lugar donde estuvo alguna vez el árbol de la justicia y lo que ello implicaba, nos produjo honda impresión. Una cruz de madera se yergue sobre el aire preñado de ausencias y abandono señalando el sitio sacro donde estuvo la Catedral. Pero a  pesar del indiferente abandono, me sentía congratulado de que no se hubiera usado el predio para prácticas agrícolas como ha ocurrido con muchos sitios de interés  históricos de nuestro país, tal como ocurrió con uno de los más importantes yacimientos arqueológicos del NOA en el valle del Pucará en Aconquija Catamarca, con sus restos de la cultura Alamito- Condor-Huasi infinitamente erosionados por sucesivos paso de rastras a las que sin previo relevado convirtieron en  plantaciones de papa semilla  y para más  ejemplo recordemos lo que estuvo a punto de ocurrir con Esteco apenas tres o cuatro años atrás salvado de ser convertido en sembradío de soja no sin escándalo.

Por la misma época, en San Miguel de Tucumán, la presión política ejercida por valiosa gente de la cultura logró desarticular  la intención oficial de convertir los pocos edificios de valor patrimonial que se salvaron de esta especie de fiebre aniquiladora que parece venir desde la colonia: Lo que hoy vemos como fértiles cañaverales son para el estudioso de la biología un espacio desertizado y despojado de la biodiversidad de la selva pretérita, continuidad de la gran Amazonía que llegaba hasta el Atlántico. Cierto es que los jaguares se comieron algunos colonizadores y es posible que entonces se gestara esta misteriosa vocación que algunos progresistas tucumanos ostentan aún hoy, de deshacer lo hecho y lo creado para dejar en su lugar muestras del dudoso progreso asentando así su impronta borrando el pasado, como si esto pudiera mejorarnos.
 De igual manera a principios del siglo XX se demolió el Cabildo, innecesariamente ya que la nueva casa de Gobierno hubiera podido coexistir con él sin competencias y con el plus de enriquecernos.
Nuestra amada casa histórica o de Tucumán, icono provincial, donde hoy nos encontramos, sufrió también el mismo demoledor destino,  salvo que fue reconstruida: ni la reliquia de su puerta original nos pertenece y hoy la ostentamos en préstamo, gentileza de un museo de Buenos Aires.
Pero todo este panorama que siembra la angustia por el futuro, se disipa ante la existencia de hombres como Tulio Santiago Ottonello, que como verdaderos magos, de su galera extraen y de  la nada para rescatar para el futuro, un Tucumán desechado. También un Carlos Páez de la Torre, que erige y dirige diariamente un mundo que vamos olvidando o la amada Teresita Piossek Prebisch, recordemos que sin su intervención jamás hubiéramos recobrado aquella otra reliquia expoliada de la casa de las cien puertas o museo Avellaneda: la jarra de Ibatín, e incluso Alba Omil que visionariamente prologa este maravilloso libro de la editorial Lucio Piérola, agregando recomendaciones sobre como revalorizar las Randas. Con el perdón por las omisiones de muchos otros que regeneran el mundo a través de las ideas con solo invocarlo con sus mágicas palabras: una especie de ábrete sésamo. Ya que todo lo que vemos en el mundo físico debe su existencia al mundo de las ideas. Así es que todo lo material pasó antes por ser una idea, un proyecto, antes de emerger convertido en algo dimensional: Así es que lo palpable primeramente debe ser proyectado allí, en el mundo etérico o impalpable  para poder emerger o regenerarse al mundo material.
Estas randas, son también iconos de nuestra tierra  como bien lo resalta el autor en sus páginas y vienen del pasado remoto: estos  tímidos encajes del desaparecido Ibatín, valían más que el oro según lo relata y rescata Tulio.

Enrique Rojas, psicoanalista español de fuste, nos dice que la esperanza es el auténtico eje de la existencia. Es una suma de ilusiones para completar nuevos proyectos, de expectativas de un futuro siempre enriquecedor y de fe de trascender las propias limitaciones. La esperanza es el resumen de la confianza que tenemos en nosotros mismos y en los demás, el lazo que une, en una sucesión productiva y satisfactoria, el presente, el pasado y el futuro. Es una auténtica columna vertebral de la vida y la felicidad que constituye ese fin abstracto que perseguimos, no es un estado ideal, sino saber comprender esta realidad: la existencia es una suma de proyectos. No siempre tendremos éxito pero la esperanza nos dará ánimos para superar las adversidades y los fracasos.
Tras ver materializado este libro, parafraseando al inmortal maestro Jorge Luis  Borges, diré no me abandona, no,  la esperanza de que un día esto que comenzó su existencia en el mundo de las ideas pase al mundo físico. Emblema de nuestra provincia, la randa volverá a ver a Ibatín emerger de entre la nuboselva con sus tapires ramoneando entre claros tapizados de azucenas  y los tucanes revoloteando en bandadas para fiesta de la vista como antaño. Y será gracias al rescate de hombres de la cultura, cuya silenciosa y humilde labor preserva lo que otros olvidamos,  tal es el caso de Tulio Santiago Ottonello y este maravilloso libro La Randa que tengo la dicha de apadrinar hoy.

                                          Jorge J.  Namur         San Miguel de Tucumán, 8 de abril de 2010
Museo de la libertad: Casa Histórica de Tucumán

martes, 8 de enero de 2013

EL TAO


  1. El tao

     

    Nace el tiempo
    Le precede la material obscuridad,
    El silencio incalificable                                                            
    El frío absoluto
    Entre la nada, sólida esfera desafiando la monotonía
    No mayor que una pelota para juegos

    Cesa el silencio
    Aquí y ahora cesa el silencio
    ¿El big-bang?
    ¿El verbo?

    Central vocifera en infinitas direcciones
    Vibrando ardiente y uniendo la oscuridad y la materia con cuerdas energéticas
    Y por esa ingenuidad que llamamos movimiento perpetuo
    El corazón late
    La marea se levanta
    Y los astros iluminan cada noche
    atizando los ciclos del amor
                  
    Jorge J. Namur
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