domingo, 13 de diciembre de 2015

HERMANO FRANCISCO, HERMANA ARGENTINA

                                                                                                           “Dios perdona, siempre.
                                                                                                             El hombre, a veces.
                                                                                                              La naturaleza, nunca.”                                                                                                                                      
                                                                                                            “máxima del  conocimiento   metafísico“
                                                                                                                    “Un tercio de la humanidad es buena,     un tercio malvada y el tercio restante, está con quien la seduce. “ Sabio maestro iluminado Lao Tsé

                                      Fue durante el tórrido otoño de dos mil trece cuando ese grácil animal salvaje llegaba intempestivamente a nuestras vidas, y aún contra el escepticismo generalizado, asumo que fue un  milagro: Erase la siesta en medio del feriado de semana santa que acopló con otro: conmemorativo de la fallida gesta “Recuperación de Las Malvinas Argentinas” (estratégico punto que piratas o mal vivientes marinos ocuparan para asediar desde allí a coloniales barcos obligados a retornar a España por el estrecho de Magallanes, transportando plata del Potosí u oro del Perú, según dichos de Galeano) que nos sumió en seis días de inactividad.  Gesta  que por entonces apenas sostuvo cuarenta y cinco días la caída del alcohólico dictador que la ordenara.
Aquí y hora, el populismo intentaría sostenerse de ellas: detrás de esta puesta, se presienten estrategias, argucias, oportunismo,  ilusionismo colectivo,  distrayendo como los teros con escándalo por un lado, mientras los pichones se agazapan en otro, captando nuestra adhesión con temas sensibles y populares, aunque los verdaderos problemas que nos acechan se diluyan en la ignorancia: Para ejemplo: ¿existe algún dirigente preocupado en cómo enfrentar las consecuencias del crecimiento vegetativo de la humanidad al punto de amenazar su  propia supervivencia?  Ocupados en tapar baches o plantar retardadores de velocidad, aumentándonos impuestos para obtener mayores fondos, carecen de tiempo, mientras marcharíamos a un agujero negro cósmico como raza o especie.
Respecto a las islas, diplomacia mediante, es seguro que un día las recuperaremos, mientras tanto,” la función ha de continuar”: por frontis  el Relato, de fondo la realidad cuasi virtual, continúan su andar dicotómicamente, como venaciones que se ramifican y alejan hasta convertirse en dos dimensiones distintas: la una, capricho erigido en gesta: Ajena, enunciativa, díscola y arengada por  cadena nacional de radio y televisión: La otra sazonada con  inseguridad,  agresión y escrache, anomia y miedo sobre ese espacio mínimo de poder que administramos aquí y ahora.
Algo  nos asemeja a la ciudad de utilería del relato de García Márquez, con la que el Senador Onésimo Sánchez ilusionaba a los indios desarrapados entre los estertores fulmíneos del Caribe, sin que la sorpresa les diera tiempo a descubrir que la ciudad de cartón estaba más despostillada y cuarteada, más decadente y derruida (de tanto armarla y desarmarla para los repetidos espectáculos públicos a lo largo del desierto) que el caserío donde los indios morían de desolación.
 Pasó domingo de Pascua, océano tempestuoso, mar bravío de incertidumbres y  a pesar de ello, aún tendríamos que festejar lo bien que estábamos, aunque los errores de las caprichosas políticas aplicadas por los representantes autoproclamados herederos de los exhumados restos de Bolívar, comenzaban  a pasarnos factura: Escindidos, en su camino evolutivo, el universo nos abandonaba: tras firmar acuerdos con Irán,  nos  metamorfosearnos en orientalistas, no sin antes estropear los vínculos económicos con occidente, manteniéndonos en default, aunque a necesidad de nuevos créditos, nos exigen arreglar el pretérito para pasar al futuro: Aunque el orden establecido dicta que del pretérito se pase al presente camino al futuro.
El feriado invitaba a una semana de turismo por el interior de nosotros mismos. Ese año llegamos a ostentar record de días no laborables: una de las profusas libertades con la que la casta gobernante incentivan a los votantes. Nos compran con dádivas, con Edénicos privilegios, mientras ellos, entre decretos de necesidad y urgencia o entre gallos y medianoches agradecen la confianza en ellos depositada apoderándose  de lo público y de lo privado, negociando por bajo la mesa, so pretexto de una supuesta guerra entre desestabilizadores y gobernantes,  entre poderes, entre dos bandos, entre buenos y malos, los medios o yo: Espejito, espejito mágico ¿Quién? ¿Quién es más que yo…?
 Populus corrompido  cuya ánima duerme si es que puede, cree que el mundo sería mañana un lugar un poco mejor que hoy. Aunque estos otros, ni cejan ni descansan sumando poder:
 Comenzaba a experimentar como un escozor aquel eufemismo llamado demagogia.
Nacionalizando lo antes vendido. Declarando solemnemente: América es de los americanos,  latinizando la doctrina Monroe: “La Argentina es  de los argentinos”. O naturalizándola: Venezuela es de los Chávez .O eternizándola: Cuba es de los Castro. Cósmicamente, planeta Tierra, es de los terráqueos. ¿Sería de Dios?  
Solo menciono  sin dar renombre a ejecitos de codiciosos que administran los suburbios de la creación, aquellos que frecuentan sus extrarradios, adonde muy pocos se animan incursionar. Seres de la línea del medio entre bien y  mal: filósofos rentados, inmorales mercenarios, papagayos subvencionados. Judas que proliferaron con alarmante rapidez, apuntalando  por unos denarios el relato: sobrarían ejemplos. Más eludiendo morosidad, es visible  la razón por la que nuestro país arde en el mapa mundial de la corrupción. Hasta ahora, el más conspicuo logro populista sería enriquecimiento obsceno de su dirigencia. Mientras, populo extraviado, perezoso y adormecido vota  indisciplina, anomia, evasión y  adulteración, ningunea a la justicia, marchando como se dice que marchan los ciegos al infierno, tomados de las manos los unos de los otros a un neo anarquismo decadentista.  Bajo eufemismo inclusivo, apropian lo ajeno sin cargos ni culpas. Indiferentes a premios o castigos, insensibles a crímenes o pecados, como si el mundo físico fuera el único posible: una anulación por decreto de toda otra dimensión. Declaman airosamente,  casi parafraseando a Heidegger y Nietzsche, en su paso hacia la sinrazón: ¡Dios ha muerto!
Mientras nos, habitantes de la nación, arrojamos residuos por doquier, contaminamos aire, tierra y agua, ignorantes del daño ambiental causado por nuestra (inocente ignorancia colectiva) reflejados en  actos de anomia, los que también comienzan a mostrar sus consecuencias: Estos últimos años, tormentas de incendiarios veranos derriban decenas de árboles, algo inusual en el pasado reciente y los ríos crecen y desbordan. Algo inexistente antes de la deforestación. La irrupción de prolongadas sequías vuelve aún más aleatoria la producción agrícola, mientras en invierno, las heladas llegan a ser tan intensas que cercenan zafras y cosechas
Aunque los hay que niegan el calentamiento global post industrial y popular, último factor  muchas veces superior al industrial dado el descontrolado ritmo de crecimiento: crecen los basurales en el horizonte,  mientras la gente mira para otro lado y respira y absorbe herbicidas, funguicidas, insecticidas, rancios aromas.
Fin y al cabo ya se sabe de quién es Argentina y  de quién la Tierra, siguiendo el entramado, cada cual es dueño de estropear el medio ambiente. O se apropia donde haya un espacio sin  decir siquiera “permiso”, sumiéndonos en un océano de plenos derechos y  nulas obligaciones, como si el viaje a través del éter de nuestro planeta, fuera una excursión turística en primera, de un ejército de desahuciados hacia la nada, un Titanic recién colisionado: no hay más vida que esta, no hay más allá, no existen más dimensiones que la palpable y la norma exige ser incumplida, o hecha la ley, hecha la trampa. Cuanto más agigantamos el ego, más alejados estaríamos de la divinidad en nosotros mismos y el temor se disimula con soberbia y se expresa con violencia.
Borges dixit, “el camino es fatal como la flecha pero en las grietas está Dios que acecha”: Tantos malos  presagios de pálidas noticias que generan nuestra casta política, pasaron a segundo orden cuando fuimos testigos en marzo de  un mayúsculo  milagro: Francisco heredaba el trono de Pedro. Un papa populista en el ápice del mundo. Este luminoso hecho probó  que pueden existir conspicuos argentinos obrando bien: Desde que hermano Francisco llegó, cierta esperanza se vislumbra a futuro.
Tempranamente manifestó la “Parábola del Infinito Perdón” otro milagro tras su asunción.
Dicen que esa parábola alude a la indiferencia sobrehumana expuesta por Francisco ante los pretéritos desplantes en contra de su persona en su reciente pasado como arzobispo de Buenos Aires: Catorce veces el matrimonio presidencial le negó audiencia. Otras tantas veces huyeron ante la inminencia de sus solemnes tedeums, a los que sus predecesores desde la colonia hicieron tradición asistir, cosechando al paso por ventaja no tener que escuchar la palabra “corrupción” en fecha patria. Sentaron al arzobispo a declarar en juicios de lesa humanidad, inculpándolo de colaboracionista de la dictadura,  metiendo a la iglesia en una cacería de brujas inquisitorial y medioeval. Enfermo el marido, la mujer le rechazó  asistencia espiritual, echando del sanatorio al enviado  cardenalicio, quien solo buscaba  ungirle los óleos de plena absolución por sus pretéritos errores, si lo hubieran dejado. Sabido es que no los necesitó entonces, pero si los hubiera necesitado en otro no  distante que inexorable le aguardaba.
Mientras que apenas digerido el chubasco del designio, en extremaunción de oportunismo,  ahora era ella quien solicitaba audiencia a su antes ninguneado arzobispo, y éste, sin rencor  por la oscuridad de las mentes de él y de ella en el pasado, se la concedía.
Clara lección de que en  competencias espirituales es bueno ascender y malo descender
Francisco llegaba ahora a trasuntar virtudes  a todos y a todas, a rememorar que el amor se sobrepone para vencer al odio, a iluminar la oscuridad: Sin codicia ni avaricia, sin vanidad ni orgullo. Sencillo en humildad: era el triunfo de la luz. La luz de  Dios que nunca falla.
 Ni bien entronizado  Francisco,  moderno Moisés con su báculo las aguas dividió al decir: “Pecadores si, corruptos no”,  llegó a apostrofarlos de “Anticristos”: ¡Tanto esperar la realización de la palabra bíblica y viene este Papa a decirnos que no sería uno, sino infinitos, repartidos entre infinitos corruptos! Y si poco fuera, entre nosotros están y ¡qué laboriosos son!
 Simplemente: errar, humano es: el pecador puede arrepentirse, más el corrupto nunca cambiará su rumbo aunque el cielo se llene de señales: Su ruta es la propia conveniencia a expensas de la ajena: El egoísmo como triunfo de supervivencia, la omnívora soledad de su propio ombligo. Un peldaño menos en la evolución espiritual.
Y por simple ejercicio de retórica  ¿qué hace la dirigencia política respecto al Apocalipsis? Pura retórica: Es bien cierto que  apresurarlo, preocupados en tapar con oro a sus hijos huérfanos de padres ocupados, saben el triste infortunio que nos aguarda si la dirigencia sigue creando problemas donde no los hay e ignorando aquellos que se nos abalanzan, como ejemplo, los próximos cincuenta años.
Muy  para satisfacción mía, veía luz tras largo oscurantismo en los que fuimos rehenes entre fuegos cruzados: Sí que fue un manto de niebla, cuya mayor densidad se materializó bajo el  luto de la viuda apostrofando por cadena nacional de radio y televisión a quien le contradijera, indefenso ante la magnitud de la amonestación, emulando a Salomé con la cabeza de San Juan el bautista en bandeja, exhibiendo fotos de sus escrachados.
Francisco sería por ahora un cardinal, plena luz, blanca pureza, blanco Gabriel: rebautizándose como el santo de Asís: hermano en gratitud del sol, la luna, los elementos y la naturaleza. Algo tan olvidado por la civilización atareada como sarna en corroer el planeta,  acostumbrados a la expoliación y extracción de los recursos naturales y al libre estropeo de los mismos. ¡Si hasta para festejar lo estropeamos!
Francisco, proféticamente se autoproclamó el Papa del fin del mundo. Es lo que  la humanidad estaría atestiguando sin que se haya encontrado una solución a esa pandemia auto aniquiladora llamada humanidad versus egoísmo. ¿Quién detendría la marcha inexorable del crecimiento vegetativo descontrolado en el planeta?
 Sabido es que el otro Francisco, apaciguó al lobo.
Este otro, debiera apaciguar a la bestia que inunda a la ideología nacional y  mundial.
Un mundo divido entre ateos y creyentes: entre la banalización marxista del Dios ha muerto y el “Yo soy en Dios y con Dios” del creyente. 
 Tras sembrar vientos para cosechar tempestades, o como Jesús dixit: cosecharás tu siembra, con la sociedad dividida entre mentores del vamos por todo, bajo apoyo oficial y los del trabajo y el recto camino perseguidos y expoliados bajo el relato de distribución equitativa, con toda la maquinaria del estado al servicio de los perseguidores.
Sería posible preconizar que al igual que la implosión de la unión soviética, ocurriría lo mismo a los hijos de la codicia y avaricia argentina, terminarían siendo los zares de todas las riquezas apropiadas por unos cuantos sinvergüenzas ladronzuelos.
Pero antes de que todo estos sombríos presagios se concretaran, antes de que la maldad se cristalizase en nuestras auras, el espejo que antes decía:- ¡Tú mi reina!- Sufrió estruendosa fractura: perdió gran parte de su caudal electoral en  los últimos comicios.
Aquel ahora memorable día de la llegada del animal, me había recostado para descansar la columna e intentaba conciliar el sueño, aunque Vanda, la Fox Terrier, quinto integrante de nuestra familia,  ladraba insistentemente.
 Tomás la invitaba a regresar al interior de la casa para evitar sus irrupciones en el descanso impuesto por la canícula, ladrando al perseguir las aves que picotean la mayor parte de la frutas del parque, pero desobedecía.
Yo Intentaba conciliar el sueño a expensas del barullo y de la duda: ¿cómo continuaría tras el feriado, esa guerra instaurada por la viuda negra tras la oportuna desaparición del hombre gris, en disputa contra los medios que no se ajustan al relato? la tregua de seis días sin operaciones de bolsa, sin cotización del dólar, reflejando el inexorable hundimiento de nuestra economía, sin acontecimientos políticos, salvo el último día del feriado, cuando un intendente  dijo por twiter estar en el agua, sin aclarar que eran aguas de las paradisíacas playas de Brasil y no las de las inundaciones en La Plata, donde le hubiera correspondido estar, como otro signo divino vino a  desnudar la fiesta de sus dirigentes, la falta de inversión en infraestructura mínima y por sobre todo, el tufillo a corrupción, vociferado ya por manifestantes en calles y plazas pidiendo que se moderaran en sus ímpetus y terminaran ya de atropellar las instituciones, con la creencia de que se puede refundar en el lapso de una vida lo que llevó generaciones levantar.
Ajena a  reclamos y aún a la bizarra bancarrota política, Vanda ladraba: Amodorrado yo, percibía distantes los acontecimientos.
  ¿Por qué tan pocos leen? Ignoran acaso que conociendo la realidad, es más difícil que un oportunista los lleve de las narices como viene pasando. Además es cierto que la casta gobernante no facilita el encuentro con la información tras haberse adueñado de los medios usándolos para crear una ilusión de país de las maravillas. Simétricamente al ilusorio poblado del Senador Onésimo Sánchez, la utilería comenzaba a cuartearse y a desmoronarse ante el público desapercibidamente.
 Se nos acusa de un pacto mafioso con la casta gobernante: El “Roban pero hacen, desplazado por El roban y ni hacen” ha movilizado la conciencia del ciudadano, quien comienza a preguntarse ¿qué será a futuro?
Desde una de las ventanas, Tomás amonestaba a la perra pero al mirar hacia la otra ventana para dilucidar que la enfurecía, descubre la presencia del animal y sorprendido me llama a ver ¿qué  sería eso que estaba en el jardín delantero?
Despojándome de toda pereza, salté del entresueño a la vida ordinaria y corrí, y  si los  siete arcángeles hubieran caído en mi jardín, en grande revuelo de alas restregadas por tierra entre sus multicolores rayos,  sorpresa que me produciría. Pero ningún revuelo de alas ni arcángeles tal cual se dice se manifiestan, sino que el milagro tenía la forma de  una jadeante corzuela, con su lengua cayéndose de desasosiego y agitación, buscando madriguera entre las cañas que separan nuestro terreno del vecino.
¿Sería posible? Cierto es que vivimos próximos a los restos de selvas que recubren el cerro San Javier, selvas que al inicio de la colonia, como prolongación de la gran Amazonía, cubrían la mayor parte de la geografía nacional.
Muchos saben, que hasta ahora hicimos desaparecer hasta al último tapir, hasta el último jaguar, hasta el último puercoespín,  hasta el último tucán y detengo el inventario, por no ostentar sobre los saldos de nuestra ruinosa administración de “la opulencia de Dios hecha visible para mi uso aquí y ahora”: de la flora arrasaron tempranamente con el lapacho y el algarrobo, para pasar más tarde al resto de las maderables, volviendo casi imposible encontrar jacarandás o cedros en los restos de selvas nativas. Recién por estas épocas se intentan preservar los últimos reductos selváticos.
Quizá nunca habría visto humanos y saltaba en vano intento de fuga contra el alambrado.
 Su rojizo pelaje me tentaba a pensar en la encarnación de Uriel, entre los bananeros. ¿Cómo sería posible su ingreso dentro del predio totalmente vallado, a menos que existiera una rotura en la cerca perimetral?
Mientras hacíamos de valla humana para que no volviera sobre sus pasos, comenzamos a analizar la estrategia a usar para retenerla y protegerla en casa: Dejarla seguir su camino, era entregarla a una muerte segura: diariamente vemos a los lugareños, por las inmediaciones,  rifle en mano,  buscando pequeñas presas entre las aves que embellecen los árboles, algunas con su colorido, otras con sus cantos. Quien encontrara una corzuela seguramente la cazaría para comerla.
Los autos representan otro riesgo: El diario circular por los caminos vecinales nos exhibe lo poco que importa al ciudadano común la vida de un perro, ya que por todo camino que se precie de tal en nuestra provincia, habrá a su vera perros,  gatos, comadrejas y hasta zorros destrozados por el paso perentorio de los vehículos: cuando con tan sólo unos bocinazos se ahorrarían muchas de estas vidas.
Por lo que, con la corzuela todavía jadeante y desfalleciente enfrente, decidimos avisar por mail a la división de flora y fauna.
Tras tanto elucubrar llamamos a Ezequiel, mi otro hijo, que volviera desde la caminata virtual a la realidad física; a esa hora corría carreras con la computadora, para que nos ayudara a conducirla hasta la puerta (la que abrimos para que entrara) que separa la parte delantera de la trasera de nuestro jardín.
Logramos entramparla  al primer intento.
Pronto se tranquilizó y ese mismo día ya se ocultaba entre los cañaverales. También delimitó un sitio donde hacer sus necesidades. Sin atardecer aún el primer día de su estadía en casa, subió a la galería a mirar por la puertaventana a Tomás, visiblemente quería interactuar, pero él se hallaba enfrascado en ecuaciones y gráficos y apurado por la proximidad de los exámenes antes que sociabilizar con ella.
Es cierto que mordisqueó algunas plantas de las que cultivo en la galería y en el fondo. Al notar su preferencia por las hojas del duraznero, corté y le entregué para que se comiera ramas completas, ya próxima la estación de poda, sin que por eso fuera a dañar la futura fructificación, y doy fe que la siguiente primavera obtuve la mejor y más sana fructificación del mismo.
Afortunadamente las hojas de los Cymbidiums que cultivo a la sombra de una extensa morera, no le resultaron apetecibles, aunque uno de los ciruelos que comenzaba a tomar  porte,  fue parte de sus placeres, dejándola a la copa asimétrica hasta hoy, como un recuerdo de su paso por nuestro hogar.
Ni transcurridas cuarenta y ocho horas desde de su arribo y ya se nos acercaba para olisquearnos y hacernos sutiles hociqueo cuando salíamos al jardín a observarla. Pasaron los días y  la dirección de fauna no se anoticiada de nuestro reclamo. Nosotros comenzábamos a tomarle cariño y llegamos a desear convivir con ella, aunque quedaba por discernir sobre la reglamentación del condominio. Esta hablaba de hasta un perro o sobre animales de granja, pero una corzuela era un hueco en la misma y la mansedumbre del ciervo nos conquistaba el espíritu y tentaba la idea de quedárnosla aunque por otro lado hubiera sido cruel cercenarle la posibilidad de formar su propia familia.
Una noche de luna me levanté alrededor de las tres de la madrugada y decidí salir al jardín para observar qué hacía y la encontré arrellanada en el césped rumiando sosegadamente bajo la luz platinada, ajena a las distantes luces de la capital provincial que laten rojizas en    el bajo  llano: su grácil cuello se erguía elegante ante la infinidad de astros que salpican la negra bóveda.
Ni se inmutó al verme, comprobé entonces que tenía hábitos nocturnos.
Yo suelo trabajar en la multiplicación y trasplante de mis orquídeas y pronto se me acercaba por detrás a olisquearme.
Al tercer día, Tomás, en quien ella más confiaba, le acercó su mano y ella le ofreció su frente para que se la acariciara. A partir de entonces todos pudimos acariciarla cada vez que lo deseamos: Era hembra, tendría unos cinco meses de edad.  Salvaje el primer día, pasó pronto a ser confiada y serena.
Su relación con Vanda merecería un apartado: al principio temimos por la seguridad del ciervo, evitábamos  dejarlas a solas, aunque hermana corzuela rápidamente le inculcó respeto. Ante la primera acometida de Vanda  ladrando en feroz ataque, la corzuela se le irguió enfrentándola y haciendo como un breve golpeteo con las patas delanteras, lo que bastó para detenerla. A poco de andar hicieron amistad y la perra la perseguía dando amplios saltos, como si de a poco se fuera metamorfoseando en ciervo. Yo digo humorísticamente y excusen el neologismo, que se había corzuelisado: parecía no concebir su vida anterior a la llegada del gamo.
Por entonces, se me ocurrió recorrer el vallado perimetral del country y comprobé que la tela tenía al menos cinco puntos de roturas abandonados, por el que nos sólo corzuelas hubieran podido ingresar, sino también maleantes, desnudando  el poco interés del administrador por el mantenimiento de las instalaciones. No obstante vanagloriase de eficiente, sino también de tener superávit, lo cual pronto también desnudó su falsía al tomar conciencia de muchos otros puntos abandonados por su gestión.
  Pasaban los días y aunque nuestra propiedad está visualmente aislada por cañaverales y árboles nos preocupaba la idea de que fuera a ser vista por vecinos que creyeran que el animal salvaje era uno de los tantos caprichos humanos. Comprobé lo poco efectiva que había sido la comunicación vía internet con los responsables de la protección de la fauna y flora, quienes  no habían contestado aún, decidí visitar la reserva de la universidad nacional de Tucumán en Horco Molle, donde hay gamos, ñandúes y tapires en grandes espacios. Allí dialogué con un guarda parque al que advertí que si para ellos representaba un mínimo problema, nosotros no tendríamos inconveniente en resguardarla en nuestro jardín de por vida. Me aseguró que nos visitaría el siguiente día para definir su destino.
Llegó tal cual convinimos y tras interiorizarse de como habíamos procedido para resguardarla, me pidió autorización para volver al siguiente día con su equipo de trabajo para dormirla ya que el traslado podría resultarle tan estresante que existía el riesgo de que muriera. También pidió autorización para documentar todo el procedimiento.
Al  día siguiente llegaron nueve personas a casa entre guarda parques, veterinarios, biólogos y camarógrafos.
Gracias al vínculo alfa que tenía sobre ella, Tomás fue el encargado de acercarla para que le inyectaran el somnífero.
Habíamos encerrado a la perrita en el interior de la casa, no fuera que inoportunamente estropeara la operación traslado, lo que prontamente mostró ser un craso error: al ignorar su partida,  la buscó por más de una semana entre los cañaverales y árboles del parque, le costó resignarse a la pérdida.
Tras dormirla, la pesaron, le extrajeron sangre para estudios, determinaron la población de parásitos que tenía, entre otros garrapatas y le taponaron orejas, vendaron ojos, inmovilizaron patas y ataron la lengua para evitar se ahogara con ella. Luego la introdujimos en un cajón y trasladamos a la reserva de catorce mil hectáreas de selva de la universidad donde previamente hubo que despertarla para liberarla.
Despierta y transpuesto un portal que separa a la reserva del mundo cotidiano, salió tranquilamente del cajón de madera. Tuve el privilegio junto a mi hijo Tomás, de levantar la puerta que la separaba de su libertad y futuro.
Ella comenzó a olisquear las frondes de los helechos como reconociendo sus aromas salvajes, lenta pero inexorable se fue introduciendo entre las hierbas gigantes de lata y pobre, pisando el musgo antediluviano, volviendo al tiempo virginal del cual por accidente había salido,  resuelta, sin dudas pero sin apuro avanzó entre la vegetación y sin lamentar el hecho de que nos iba abandonando para siempre.
La vimos sumergirse sin prisa entre la barroca profusión de vegetales: Cedros titánicos, San Antonio  y Laureles cuyas copas sostienen infinidad de epífitas: bromelias, orquídeas y cactáceas que penden como lianas entre infinidades de lianas. Lentamente mientras avanzaba, se fue volviendo una  con la flora hasta desparecer en la espesura: Como si una niebla de helechos se la hubiese engullido.
Sin prisa, antes de desaparecer, la hermana menor echó una mirada hacia atrás, desde donde yo la espiaba pletórico,  ocultando mis lágrimas: ¿de emoción? ¿Gratitud? por ese instante milagroso y divino que la vida nos deparó. Muchas veces viví situaciones milagrosas. Hay quienes creen que los milagros no existen: serían  manifestaciones naturales de fenómenos que ignoramos: por el contrario yo los percibos diariamente, este nos hizo mejores personas a mi familia y a mí. Unos pasos atrás, el camarógrafo registraba ese momento memorable que no quise rever: lo habíamos vivido, lo habíamos construido tomando la decisión correcta, no necesitaba reforzar mi ego. Es más, lucho diariamente contra él a sabiendas que es allí  donde arde la hoguera de las vanidades: Había obrado rectamente respetando la vida y devolviendo a Dios lo que es Dios: un minúsculo milagro de esperanza para aligerarnos el humor que nos había ganado durante el oscuro reinado de las sombras.   Era un augur de que a partir de entonces comenzaba a llegar la luz. Que la oscuridad demagógica y populista sería superada por la convicción de que estamos para ascender en la evolución del universo y no para estancarnos, mucho menos aún para involucionar. 
Bueno sería que la sociedad se sintiera ya saciada de tanta carne para descubrir el fuego del espíritu.
Bueno sería que  el materialismo feroz de la codicia y de la avaricia sean calificadas formas de la ignorancia.
Bueno sería que el mensaje metafísico encerrado en el relato sobre Sodoma y Gomorra fuera entendido y todos y todas concluyeran por entender que los pueblos corruptos se autodestruyen.
 Al iniciar dos mil catorce, desapercibido para el público, como tantas otras noticias, el matutino de La Gaceta publica: “milagrosa reaparición del Tucán Grande en nuestra nubo selva”, dado por extinto en la década del sesenta del pasado siglo. Mientras tanto, biólogos y guarda parques ensayan argumentos para explicar lo inexplicable.
Érase una  bandada de siete la que fue avistada
Érase para Platón y para San Pablo  que Dios, es luz
La luz es la suma de los siete fuegos
Siete también los Elohím
Siete los arcángeles
Siete días para la creación
De entre tantas coincidencias y simetrías rápidamente pude leer en el mapa de causalidad universal el designio divino: Si aún la naturaleza prueba sobreponerse a la humanización del planeta, a su desnaturalización en aras de un supuesto progreso, si aún estuviéramos a tiempo de cambiar de paradigmas y evitar  el omnívoro yo, yo, yo para mirar  al prójimo, a los hermanos menores del reino animal y  un día también quizá aceptemos que los vegetales son también nuestros hermanos y que de ellos descendemos. Sería un paso más en la evolución de nuestra raza en aras de su ascensión: sería acaso vencer el egoísmo o el ego: Ese fin del mundo anunciado, se transmutaría en un fin tal como lo conocemos o creemos conocer, envilecido por el materialismo ateo y desesperanzado para dar nacimiento a uno mejor.
 Si aún  natura es capaz de emerger de la desesperanza y sobreponerse, ese apocalipsis tendría razones para esperar.
Vades retro anticristos
Vades retro corruptos
Dios está en todos y todos en Dios.

                         HERMANO FRANCISCO, HERMANA ARGENTINA

sábado, 12 de diciembre de 2015

Agonizando lentamente

El general no tiene quien lo mate


                             A la realidad le gustan las simetrías y los leves                        anacronismos.
                              Jorge L. Borges “El Sur”


Sobreponiéndose al tumulto del motor, el chasquido denunciaba  los giros de las aspas del inmenso helicóptero: gritos intraducibles entre las esporádicas explosiones de bombas incendiarias lo hacían sentir un jinete del Apocalipsis sobre su divino corcel purificando con fuego el vegetal océano de las selvas del Ñuñorco, abajo rojas lenguas se elevan infructuosamente hacia el cielo, es inútil, el poder del cielo está a bordo de la máquina de acero. Nada que hubiera en tierra ahora llegaría más alto que el infierno que les aguardaba a aquellos que habían transformado  la selva en nidal de sarnas, ineptos, jamás lograrán imponer sus ideas.


 Fin de año, sumido en su sopor de analgésicos, el general se pierde, a ratos, en los giros de la memoria: afuera, entre los frondes del parque algunos niños tiran petardos, desde su lecho donde agoniza indefinidamente, el sonido del compresor de la máquina que necesita para seguir respirando le recuerda a las batallas sobre las selvas del Yucumán. Desde la televisión se escucha que el peritaje oficiado en tiempo récord para dilucidar el tema del enriquecimiento ilícito de un matrimonio famoso está plagado de errores.
 Ni niego.
 Ni afirmo.
 ni niego,
 ni...


                                                                                                      J.N. 2010 

lunes, 17 de agosto de 2015

PARÁBOLA DEL HOMBRE INDIFERENTE

LA SALVACIÓN POR LOS SALVADOS

"Breve historia de los votantes y de los candidatos a salvar el mundo"

La niebla se desplaza perezosamente sobre las laderas montañosas recubiertas por la nuboselva, es la húmeda respiración de  Pacha mama  generando y regenerando como lo hizo desde tiempos inmemoriales la vida. Esa umbrosa y sutil niebla, de pronto se condensa en agua llovida o pegajosa o se evapora en muselinas que envuelven y disuelven los titánicos árboles en la distancia, apenas disimulan el fucsia de algunos lapachos floridos: últimos supérstites de la antigua selva del Tucma. A su arribo los primeros conquistadores debieron asombrarse de la escala cromática de esta selva que hacia agosto se erizaba de rosados lapachos y hacia noviembre de purpurados jacarandaes. Ambas nobles maderas que al corto entender del “dominarás y someterás” bíblico fueron las primeras en exterminar de su hábitat. Raras hoy entre los  ejemplares añosos de la selva residual: tempranamente fueron usadas para construir carretas, muebles y enseres. Era el inicio de un exterminio. Era el inicio de la colonia.
A menos de cinco kilómetros  apenas de este bucólico escenario donde bandadas de urracas vuelan pesadamente entre las copas, indiferentes a los trinos de infinidades de aves desde infinitas direcciones, donde familias bullangueras de loros irrumpen en los cielos siempre nubosos con su algarabía de croares y colores, los políticos se ofrecen bullangueramente al público.
Harto más bulliciosos que la naturaleza toda,  muchos de esos candidatos, antes de contaminar el sonido virginal de su ámbito inmediato, han  contaminado  afanosamente la moral pública con incontables actos de corrupción, pero tan indiferentes a sus errores como sus inmunes electores, vuelven a solicitar el voto, en parte quizá para blindarse con fueros porque no pueden ya escapar a lo engorroso de sus viles gestiones al frente de las reparticiones públicas desde las que ejercieron sus cargos, y en parte porque convertidos en parásitos no pueden insertarse ya en el mundo laboral del hombre común tras tantos años de vivir a costas del estado. Será por ello que sus cánticos rememoran una fiesta, una idolátrica festividad de un mundo a rescatar y casi diametralmente opuesto al que pregonan.
  Innumerables otros  se suman  a la oferta  como renovación: aún no mostraron sus códigos éticos en el ámbito público, aunque lo hayan hecho solapadamente en el privado,  dejándonos perplejos  y desorientados a la hora de elegir. ¿Qué renovarán?  queda para hipótesis de los interesados.
Antes se ensañaron en  estropear el paisaje con gigantografías de sus ególatras humanidades: Feos son muchos de ellos a más de amorales, ensucian la fisiografía, además ensordecen con sus cánticos de ofertas electorales.
Estropean el medio ambiente arrojando sus volantes publicitarios de a docenas para ir a ensuciar calles, tapar bocacalles de tormentas y empastar paredes y postes con papelería superpuesta hasta crear un barroco e idílico espacio de oportunidades y promesas que sabemos falsas: Todos salvarían al país de sus postrimerías, aunque es seguro que de llegar indemnes a ocupar ese espacio rápidamente aumentarán la ya pesada carga impositiva para salir a contratar empresas a veces creadas por ellos mismos y para propio peculio para solucionar esos faltantes, nada urgentes y seguramente innecesarios. Más probablemente que son problemas inexistentes.
Cercenan árboles con la sola condición de que sus retratos, esmeradamente empro lijados por el foto shop, sobresalgan sobre los ciudadanos diminutos e insignificantes que deambulamos bajos sus pérfidas y onerosas fotografías.
Han perdido todo decoro en su desesperación por acceder al poder. Y nosotros minúsculos ciudadanos que tendremos que elegir entre esa turbamulta de dudosos oferentes, caminamos empequeñecidos por la inmensidad de tanta fanfarria.
¿Nos salvarán o se salvarán ellos?
Arriba la nuboselva acorralada persiste en sostener sus ciclos como desde eones lo hace, cada vez más contaminada y empobrecida, rumiando solitaria la ausencia del jaguar cuyo temible rugido fuera apagado al inicio de la industrialización, perpleja por el ausente trastabillar de las tímidas pezuñas del tapir extinguido al compás del lamento de Lennon clamando como dos mil años antes lo hiciera Cristo al decir que todo lo que el mundo necesita es amor. Extrañando el sigiloso deambular del puma,  el seguro  paso del puercoespín inmune a toda urgencia y temor a ningún predador.
¿Qué hacer ante tamaña invasión, ante la desmesura del atropello?
 Todavía habrá que elegir como buscando la aguja en el pajar un candidato para que ocupe ese sitio de privilegios y gane un sueldo como si algo fuera a solucionar mientras la selva agoniza, herida en sus entrañas, derramando por sus cauces y vertientes arrolladoras tormentas incontenidas de verano.
¿Si hoy no son capaces de percibir el alcance de sus corrompedores actos, por qué lo serían más tarde?
En un mundo donde la justicia poética se impusiera, preso estarían por mentir a futuro lo que ya a presente muestran ignorar.

Dejo esta incógnita para develo de mentes más aptas: ¿Cómo salvar al mundo de ellos? 

martes, 22 de enero de 2013

la randa


Presentación del libro La Randa

Una artesanía tucumana

De Tulio Santiago Ottonello

Fue en el año 1965 que mi padre nos llevó junto a mis hermanos a los festejos de los cuatrocientos años de la fundación  de Ibatín.

Aquello tuvo lugar en un escenario imaginario o etérico ya que nada quedaba  de la ciudad virreinal salvo su recuerdo suspendido sobre el cielo tucumano flotando sobre los retazos de selva y los omnipresentes y ubicuos  mosquitos zumbando con voces casi inaudibles como en el pasado remoto cuando las fiebres palúdicas diezmaban a los primeros habitantes. Yo tenía entonces nueve años.

Contrariamente al promedio del tucumano básico  que según se dice no conoce sus propios museos, yo tengo desde siempre el hábito de visitar los sitios de valor patrimonial. Recientemente: hace un par de años, llevé a mis hijos y un sobrino para que conocieran los restos de aquel importante punto de la historia colonial y pude constatar que en casi medio siglo solamente se habían colocado unas pueriles piedras pintadas delimitando los espacios antaño ocupados por el cabildo y otras construcciones que existieron en el pasado. El lugar donde estuvo alguna vez el árbol de la justicia y lo que ello implicaba, nos produjo honda impresión. Una cruz de madera se yergue sobre el aire preñado de ausencias y abandono señalando el sitio sacro donde estuvo la Catedral. Pero a  pesar del indiferente abandono, me sentía congratulado de que no se hubiera usado el predio para prácticas agrícolas como ha ocurrido con muchos sitios de interés  históricos de nuestro país, tal como ocurrió con uno de los más importantes yacimientos arqueológicos del NOA en el valle del Pucará en Aconquija Catamarca, con sus restos de la cultura Alamito- Condor-Huasi infinitamente erosionados por sucesivos paso de rastras a las que sin previo relevado convirtieron en  plantaciones de papa semilla  y para más  ejemplo recordemos lo que estuvo a punto de ocurrir con Esteco apenas tres o cuatro años atrás salvado de ser convertido en sembradío de soja no sin escándalo.

Por la misma época, en San Miguel de Tucumán, la presión política ejercida por valiosa gente de la cultura logró desarticular  la intención oficial de convertir los pocos edificios de valor patrimonial que se salvaron de esta especie de fiebre aniquiladora que parece venir desde la colonia: Lo que hoy vemos como fértiles cañaverales son para el estudioso de la biología un espacio desertizado y despojado de la biodiversidad de la selva pretérita, continuidad de la gran Amazonía que llegaba hasta el Atlántico. Cierto es que los jaguares se comieron algunos colonizadores y es posible que entonces se gestara esta misteriosa vocación que algunos progresistas tucumanos ostentan aún hoy, de deshacer lo hecho y lo creado para dejar en su lugar muestras del dudoso progreso asentando así su impronta borrando el pasado, como si esto pudiera mejorarnos.
 De igual manera a principios del siglo XX se demolió el Cabildo, innecesariamente ya que la nueva casa de Gobierno hubiera podido coexistir con él sin competencias y con el plus de enriquecernos.
Nuestra amada casa histórica o de Tucumán, icono provincial, donde hoy nos encontramos, sufrió también el mismo demoledor destino,  salvo que fue reconstruida: ni la reliquia de su puerta original nos pertenece y hoy la ostentamos en préstamo, gentileza de un museo de Buenos Aires.
Pero todo este panorama que siembra la angustia por el futuro, se disipa ante la existencia de hombres como Tulio Santiago Ottonello, que como verdaderos magos, de su galera extraen y de  la nada para rescatar para el futuro, un Tucumán desechado. También un Carlos Páez de la Torre, que erige y dirige diariamente un mundo que vamos olvidando o la amada Teresita Piossek Prebisch, recordemos que sin su intervención jamás hubiéramos recobrado aquella otra reliquia expoliada de la casa de las cien puertas o museo Avellaneda: la jarra de Ibatín, e incluso Alba Omil que visionariamente prologa este maravilloso libro de la editorial Lucio Piérola, agregando recomendaciones sobre como revalorizar las Randas. Con el perdón por las omisiones de muchos otros que regeneran el mundo a través de las ideas con solo invocarlo con sus mágicas palabras: una especie de ábrete sésamo. Ya que todo lo que vemos en el mundo físico debe su existencia al mundo de las ideas. Así es que todo lo material pasó antes por ser una idea, un proyecto, antes de emerger convertido en algo dimensional: Así es que lo palpable primeramente debe ser proyectado allí, en el mundo etérico o impalpable  para poder emerger o regenerarse al mundo material.
Estas randas, son también iconos de nuestra tierra  como bien lo resalta el autor en sus páginas y vienen del pasado remoto: estos  tímidos encajes del desaparecido Ibatín, valían más que el oro según lo relata y rescata Tulio.

Enrique Rojas, psicoanalista español de fuste, nos dice que la esperanza es el auténtico eje de la existencia. Es una suma de ilusiones para completar nuevos proyectos, de expectativas de un futuro siempre enriquecedor y de fe de trascender las propias limitaciones. La esperanza es el resumen de la confianza que tenemos en nosotros mismos y en los demás, el lazo que une, en una sucesión productiva y satisfactoria, el presente, el pasado y el futuro. Es una auténtica columna vertebral de la vida y la felicidad que constituye ese fin abstracto que perseguimos, no es un estado ideal, sino saber comprender esta realidad: la existencia es una suma de proyectos. No siempre tendremos éxito pero la esperanza nos dará ánimos para superar las adversidades y los fracasos.
Tras ver materializado este libro, parafraseando al inmortal maestro Jorge Luis  Borges, diré no me abandona, no,  la esperanza de que un día esto que comenzó su existencia en el mundo de las ideas pase al mundo físico. Emblema de nuestra provincia, la randa volverá a ver a Ibatín emerger de entre la nuboselva con sus tapires ramoneando entre claros tapizados de azucenas  y los tucanes revoloteando en bandadas para fiesta de la vista como antaño. Y será gracias al rescate de hombres de la cultura, cuya silenciosa y humilde labor preserva lo que otros olvidamos,  tal es el caso de Tulio Santiago Ottonello y este maravilloso libro La Randa que tengo la dicha de apadrinar hoy.

                                          Jorge J.  Namur         San Miguel de Tucumán, 8 de abril de 2010
Museo de la libertad: Casa Histórica de Tucumán

martes, 8 de enero de 2013

EL TAO


  1. El tao

     

    Nace el tiempo
    Le precede la material obscuridad,
    El silencio incalificable                                                            
    El frío absoluto
    Entre la nada, sólida esfera desafiando la monotonía
    No mayor que una pelota para juegos

    Cesa el silencio
    Aquí y ahora cesa el silencio
    ¿El big-bang?
    ¿El verbo?

    Central vocifera en infinitas direcciones
    Vibrando ardiente y uniendo la oscuridad y la materia con cuerdas energéticas
    Y por esa ingenuidad que llamamos movimiento perpetuo
    El corazón late
    La marea se levanta
    Y los astros iluminan cada noche
    atizando los ciclos del amor
                  
    Jorge J. Namur
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viernes, 12 de octubre de 2012

DICE MI MADRE QUE DIJERON QUE DECÍAN


DICE MI MADRE QUE DIJERON QUE DECÍAN
Que aquello debió comenzar esa vez  en que la vieja llevó a la nieta de acompañante y se entretuvo  conversando naderías: Raro, siendo de tan pocas palabras. Mientras se distrajo, él debió de  mirarla: Era linda.  Una nena a la que le  faltaba algún diente aún, pero ya jugaba a ruborizarse los pómulos, los labios y a sombrearse los ojos: Se retorcía sonriente, quizá avergonzada.
Ni la  aguda y peregrina voz del gallo, audible desde gran distancia llega hasta nuestro fundo. Es  que el próximo vecino dista a una legua, lo suficiente para  que ni el ladrido de sus perros se escuche.
  Aquí mismo, lindante al jardín materno: Huerto cercado por arbustos y protegido por una hondonada que amaina la perenne ventisca. La antigua casa paterna de adobe, con techos de paja cubiertos de arcilla, al que todos los años hay que curarle las grietas que produce  la temporada de  lluvias: seguirán habitándola en verano, cuando  arriban a pasar la temporada de calor en el llano.
Aquí mismo, al lado del camposanto, al ladito del arroyo musgoso donde los congrios esconden su timidez bajo las piedras fonderas: la casa con su galería, con sus dormitorios contiguos, el cuarto de herramientas; separada de la vivienda, la cocina con su fogón, más allá el cuarto del telar, el excusado y la pirca pretéritamente levantada  en trabajo comunitario, delimitando el terreno: más allá los frutales y más allá el campo para cultivos de alguna pastura para la hacienda o algunas papas para el invierno. Con las manzanas cosechadas en otoño, reservadas en el piso, esperando la escasez del invierno para su consumo: porque aquí  es la puerta de los vientos: es por donde  pasan en dirección al valle que se abre ríos abajo: Ese poder nos cuela los huesos en invierno y nos refresca en  verano. Corre sin fronteras, trasladando las buenas tierras de la superficie hacia los cauces de agua, o arrastrando arenisca hasta sepultar construcciones y árboles, al filo del cerro de la carreta. Reseca, deshidrata  la fruta hasta convertirla en pasas, barre sedosas rojas flores de cactus incrustados entre las rocallas lindantes al canal   de agua de deshielo, atraviesa la estival estación   limpiando de insectos el aire: los frutales cargan ocasionalmente frutos, que caerán sobre el terreno hollado por la hacienda caprina, que desbocada invade buscando en el ralo verde  los anaranjados damascos de diciembre, o los rojos manzanos en otoño revueltos entre ignorados, ácidos membrillos, o nueces desmadradas, cuando el invierno apaga hasta la  ínfima brizna de césped.
Lo que alguna vez fue una extensa finca, la de los Ocampo, parte del extenso terreno de los abuelos,  subdividido sucesivamente de generación en generación: Majadas prolíficas se desparraman por entre pajonales silbadores, buscando la ladera donde la humedad permitió crecer pastos entre carquejas y salvias, donde  los suris hacen sus pródigos nidos de huevos antediluvianos.
Por esos parajes merodean durante el día  los perros pastores, vigilando majadas, seguidos por los niños que las guían entre tréboles floridos hacia el pastoreo. Allende las cumbres Los Chavarrías, entre los humedales montanos.
Antes que nos, los ancestros, los antiguos, habitaron este territorio. Sus huellas abundan por donde se ande: En los huertos, utilizados para bebederos de animales, antiguos morteros: no hay casa que no tenga su”conana”. O por los  campos donde se desperdigan infinitos fragmentos de cerámicas: las monocromas utilitarias, las polícromas ceremoniales con guardas. El  paisaje, la geografía, muestran recónditos vestigios: A veces, imprevistamente atravesando un cauce, uno puede toparse con milenarios dioses desenterrados por las crecientes de sus dosmilveranosotoñosinviernosprimaveras: suplicantes en piedra, en genuflexión, soplando  al cielo, procreando: fertilidad, renovación: vida eterna en sus dioses. Muy distante del Dios ha muerto contemporáneo: desaparición, muerte eterna. De la nada venimos, en ella vivimos y a ella aspiramos.
También en el paisaje abundan sus huellas: tapadas en forma de túmulos por la incansable erosión eólica,  como pequeños cráteres ocultados por la tierra durante centurias  o milenios,  divisables desde lejos: serían los restos  dejados por una familia de aquellas dispersas poblaciones: Cinco o seis viviendas, alrededor de un patio, componían el núcleo  familiar: enterrados debajo de las casas, los óseos restos de los ancestros, ovillados en torno al plexo solar, enrollados como el embrión en la semilla, protegiendo el hueco áurico para que ningún elemental intentara apropiarse del cuerpo físico,  abandonado por el vital: encriptado en el interior de su urna, ornada de sagrados  saurios, como en una gran matriz, durmiendo para la eternidad, arropados, custodiados,  reverenciados  por sus deudos en  superficie: semillas res guardadas de los elementos por la madre tierra, esperando  yosoylaresurrecciónylavidaamén.
Rodeado de lomadas suaves o abruptas, zanjado de quebradas rocosas, casi en el  mismo seno en el que mi madre me parió. Barrido incansablemente por el sempiterno viento.
Aquí,  la noche aterra por la inmensidad de astros titilantes, erráticos: El  absoluto barroco de parpadeos milenarios, satura la negra bóveda. También  aquellos que traspasan la noche hasta desaparecer antes de dilucidar si se trata de un milagro o es que acaso el cielo comienza a desmoronarse, dejando descolgar sus astros: Los astros siempre preceden, dicen  y creería que también suceden a los hechos: Inmersos en el hueco silencio, se descuelgan, tras largo recorrido, desde el explosivo núcleo de la creación: al fin y al cabo, al igual que nosotrostureinoamén. Viajando entre elalfaylaomega, entre principio y el fin, entre la explosión y la implosión: Tiempo, espacio, uno. Trinidad: La divina trilogía: tres en uno: Unidad.
De día se oye el balido de cabras berrando por verde, dulcificado por el trino de los San Vicente, entre escasos algarrobos supérstites a la necesidad de leña pretérita que llevó a talar a sus ausentes compañeros, exhiben audacia los espinillos en el vértigo de los despeñaderos donde el animal no llega ni con su proverbial equilibrio: berrean por los campos husmeando entre pircas satinadas de líquenes adormilados en la luminosidad del cenit del estío, olfateando hasta encontrar  pasadizos para introducirse en  algún huerto y arremeter contra frutales si es que acaso es buen año: sólo a la muña muña  respeta, quizá por su fuerte aroma, el resto del verde será ramoneado sin clemencia, casi nerviosamente como el  ulular del aire, como el arrullo de los álamos reflejando platinados la luminosidad  del verano, entre balidos. Más allá, los distantes pastizales reclinados bajo el incesante viento en dirección al valle. Alguna vez se paraliza por  la canícula primaveral y una sensación sofocante invade junto a lagartos asoleados la siesta. Enceguecedora luminosidad ciñe el entrecejo, deslumbrado, rebalsado, desbordado por la energía que traspasa la atmósfera.
Por aquello de que a todo período luminoso le sucede otro oscuro, es que de aquellas imágenes de la infancia en la casa con mis padres: los recuerdos de la edad escolar, de los fríos  que preceden el receso invernal. Toda aquella época y sus recuerdos, son  pura luz.
En el huerto jardín, hubo rosas perfumadas, dalias amarillas y gladiolos naturalizados entre damascos y  ciruelos. Olmos proliferando de raíz en el zanjón lindante al arroyo,   el musgoso arroyo en el que viven unos  cuantos congrios y cangrejos: crecerá con las lluvias del verano, arrastrando la furia despierta entre el desierto y las montañas. Se cristalizará paralizando el lento flujo del agua en la gélida noche de invierno, cuando el silencio invade el frío.
Para la estación de la fruta poníamos damascos,  manzanas,  ciruelos a deshidratar al sol y al aire. Unas zarandas de tientos entramados servían para ventilarlos. Cerca del rumor del arroyo: Esa voz es la voz del hogar, ese sonido de agua que no es la de consumo  humano. Sirve sí para lavar. Ese arrullo, acompañado por el perenne bisbisear del infatigable viento: mezclado con infinitas voces, quedas, casi indescifrables que parecen llegar de diferentes direcciones: hojas y ramajes de álamos, sauces y olmos vibrando, parpadeando en el inquieto aire, o son acaso otras intraducibles, indescifrables.
 El agua potable, en cambio, desciende entre las nubes y el hielo desde las cumbres del nevado, aunque recientemente, oportunistas, sin derechos sobre ellas, hayan desviado su curso para regar chacras y alfalfares: fue mi padre quien caló la roca y guió desde muy lejos ese curso para abastecer la casa y regar por acequias los frutales. 
Los días parecen sucederse sin cambios, sólo de estaciones está hecho el año: verano es cuando las majadas irrumpen en el silencio o en el viento que es lo que abunda junto con  las piedras: sol, piedras, viento y  soledad. Interrumpida por segundos en el día, cuando los güilis, con sus  niñerías, hondeando mirlos pasan con sus perros a arrear la hacienda.
El deshacer del camino los volverá a traer de regreso, sumados  ya los balidos y los ladridos más las voces y gritos, se volverá compañía, efímera, pero al fin compañía e incomodidad por la fugaz, superflua, algarabía.
 Ayer mismo, Don Clemente deambulaba los campos con sus lazos y hasta su caballo. Es sabido: un fantasma no necesitaría montura, tampoco andaría persiguiendo  animales extraviados en el caer de la tarde, porque ya un difunto no ha menester de nada, ni mucho menos tiene de qué preocuparse, dicen.
Doña Carmen, la mujer del viejo, siempre pasa sin saludar. Es de poco hablar. Parca como ninguno. Ya de antes, por obligación, a todo ¿cómo le va? contestaba, y… regular, nomás. Tirando para no aflojar. Y quedarse parada mirándote con ojos indiferentes que parecen estar a punto de gritar hartazgo o ¡y a mí qué me importa! Sostenidos por párpados suculentos que enmarcan el negro humor de sus iris.
 Después del regular nomás… ¿Para qué seguir preguntando?  Pasemos a hablar de quesillos o panes caseros y hasta de antiguallas antes que seguir con intromisiones. Morena y  vieja, aunque no lleva canas: Demasiado seria, le juega en contra: pocos la quieren por estos lados.
Otro que también volvió por estos días, Cirilo: dicen se había ido sin avisar a nadie: ¡Qué alegría para su madre!
 Doña Justina no quiso ni nombrarlo por ese tiempo en que estuvo desaparecido. Por entonces se le murió el alazán en el que podían ir a buscar las provisiones. Dejamos de verla, sólo el día de las ánimas se aparece con sus flores de papel: rosas o claveles de crep  cuyos colores se irán desvaneciendo bajo los soles y tormentas del verano posterior: las coronas ancladas en  uno de los brazos de la cruz, bajo la portentosa luminosidad de estas altitudes: única manera de evitar que el viento se apropie de las flores.
Es esa la época en que todos nos encontramos en torno a nuestros antepasados: Las tumbas se iluminan de colores y voces que quedas ordenan el familiar rito fúnebre: Desmalezado, limpieza, ordenamiento de las vituallas del ausente, repintadas de las cruces o de los nichos que resistirán el embate incesante del vendaval: a los prematuramente retirados de la vida, sus juguetes preferidos. A los adultos, los colores del club de su fanatismo en algunos, en otros, desvanecidas fotos: réplicas  del cuerpo físico, en dos dimensiones, las más de las veces un mutilado retrato tan desalmado como los restos cenicientos del fotografiado que descansan debajo del cristiano gnomon. Unas velas encendidas a buen resguardo para que su lumbre eleve las oraciones al altísimo, para que esa luz alumbre en la oscuridad, la dirección del viaje.
Mientras el cuerpo físico continúa su peregrinaje entre materia y energía, convirtiéndose en cenizas, y  postreramente, transmutado en elementos, volver formando parte de las mismas Gazanias silvestres o de las Zinnias peruvianas in situ, que tímidamente parecen buscar lugar en la hierba, entre los accidentes del relieve y las tumbas.
 Simétricamente Junto a los párvulos de las antiguas sepulturas, los ancestros también ofrendaban pequeñas mascotas en piedra o cerámicas cocidas, a sus niños en ese viaje: simplificada imagen de un zorro en blanco cuarzo, sintética llamita en piedra,  palomas de terracota seguramente cocidas sobre el rescoldo del fogón: amorosamente trabajada, la arcilla, la piedra: los artesanos modelaban sus votivos vasos ceremoniales: hombrecitos gateando: de panza sobre el suelo: yosoylaresurrecciónylavida.
 El tiempo podría ser circular, porque ahora mismo todo parece repetirse: lindero al jardín está  el Campo Santo: fue Catalina la que donó ese espacio de los antepasados  para los antepasados: Allí enterró al primer marido, Decía también que quería ir allí con él,  el día que le tocara. Al segundo, lo enterró en el de La Alumbrera. Era de sospechar que querría pasar su eternidad enlazada como la urdimbre y la trama de sus ponchos y labores, con quien fuera el primero. Me lo dijo varias veces pensando que sería yo el albacea de sus restos: Una pareja puede convivir una vida sin amarse, por simple conveniencia. Es posible el respeto, sí, pero esa magia llamada amor, no es fácil de conseguir con cualquiera.
Allá nacían, allá vivían, allá yacen. Después de las visitas de todos los santos y el día de los muertos, las tumbas volverán a caer bajo el bisbiseo, seseo, secreteo de los vientos, aplastadas por la luminosidad de un cielo celeste mucho más amplio que la misma tierra divisable.
Catalina volvió con su retahíla de reclamos, amenazándome como cuando niño, con ese rigor sin clemencia que devenía en castigo.
Me reclamaba abandono, pero ante mis excusas, se detenía a escucharme con pena. Me entendía como una madre y sufría como una madre con mi dolor. Y yo la perdonaba y ella me perdonaba. Y yo la perdonaba y ella me perdonaba. Infinitas veces.
Antes yo trataba de comprarla con dádivas: algún dinero para tranquilizar mi conciencia: me sentía en deuda. Ella sabía que yo le debía obediencia, aunque también siempre me quedó como una vaga sospecha de que ella también se sentía en deuda conmigo: ¿Qué sería? Algo pretérito a mi conciencia y que sólo ella llevaba como un remordimiento.
 Así había sido desde que era niño.
Mis canas no sirvieron para cambiar esa especie de tiranía que se establece entre los afectos, yo tampoco jamás había sabido enfrentarla o contradecirla. Seguro de que haría cualquier cosa que Catalina me pidiera.
Yo siento dolor por aquella ausencia: Tuve miedo de enfrentarme con esas circunstancias: es que es duro ver el fin de lo amado.
Pero cuando llega el frío: todo se oscurece y mucho ocurre al resguardo del fogón, será por eso que el invierno huele a humo de leños retorcidos, arrastrados por las crecientes del verano, o transportado a lomo de mular por entre los pajonales desde aquellos bosques allende las cumbres.
Él no está, ya lo sé: Era de pocas palabras y de beber demasiado. En lo de parco estoy de acuerdo sin ser exagerado: Es concisión, es economía. Lo cual siempre hubiera  sido beneficioso. Pero en aquello de tomar acompañado de mujeres: porque siendo sinceros: el tomar es cosa de hombres. Dicen que ella, ebria, quemó las escrituras. Nos heredó su brevedad, su concisión, su desnudez, su despojamiento. O nos desheredó de esa prueba viva que es enigma, misterio.
Eso era algo así como buscar al padre en el fondo de una copa.  Esos recónditos dolores que no se curan, esos perdones que no se dieron, ese volver siempre sobre el remordimiento es lo que enferma. Perdones que no se obtuvieron: desamor, orfandad infinita del ¿Por qué a mí no?
Él se jactaba de  ser el dueño de muchas tierras y  de las almas que la habitaban. A veces, haciéndose el gracioso repetía que todos aquellos con ojitos claros, salvo las cabras eran hijos suyos.
De ella dijo, o que era muy audaz, o demasiado inocente: ir al río a tomarse baños en poca ropa, mientras la hacienda pastaba, siendo casi una niña.
Andando por los campos, la divisó en el remanso y le solicitó  permiso para entrar a tomarse un baño allí mismo.
Pareció decir que sí, aunque también pudo ser indiferencia a su presencia.
Ya en el río comenzó recordándole la existencia de aquellas culebras de agua que abundan y se deslizan zigzagueantes en el seno líquido  y aunque inofensivas, asustan a los niños. Entonces, ella  pareció inquietarse ante la idea.
Aprovechó ese instante de debilidad y se le fue acercando.
Era una niña, hasta ese día en el agua, en que la apretó firme contra sus partes.
Ella solo llevaba enagua y él ya había terminado de desnudarse en el mismo remanso.
Todo parecía no ocurrir, puesto que ocurría debajo del agua: sintió la resistencia al empuje y la avidez de su respiración.
Fueron unas cuantas veces apenas. Lo que duró ese verano: Merodeaba todas las tardes, hasta que volvía a encontrarla. No importaba que aún fuera una niña.
Al finalizar la estación cálida, los campos se hallaban cargados de pasturas. Como cada año, se organizaron corridas para rejuntar y marcar la hacienda nacida en la temporada, antes de llevarlos a pasar el invierno en las cumbres húmedas del Yucumán: Vinieron muchos de los arrieros de los campos distantes a acampar durante las corridas: Ella se entendió con ellos, atendiéndolos, en especial a los más apuestos. Ya nada le quedaba de esa inocencia.
Él se tuvo que contentar con mirarla de lejos: Era mejor evitar murmuraciones, además estaban las familias de por medio.
¿Acaso lo haría a propósito? ¿Disfrutaba haciéndolo sufrir, sin que pudiera hacer nada para sujetarla?
Es conocido que a toda acción, le sigue una reacción aunque transcurrió el invierno sin que esa reacción se manifestara. Tampoco hacen falta tantas palabras para decir las cosas: Dice mi madre, que a palabras y plumas, el viento las tumba. Y cuando la memoria falla, se va abreviando el texto: se simplifica y se vuelve una sentencia henchida de infinitos mensajes en los que algunos intentan encontrar el sentido último de la existencia.
Catalina bajaba de a caballo hasta Fuerte Quemado. Es un largo e incomodo viaje entre cactus enhiestos y árboles retorcidos, divisando pumas huidizos o chinchillas acróbatas durante la travesía. Valiente para ser mujer y sola en el trayecto de montañas que se desbarrancan entre peñas y ventisca, conviene conocer bien la senda entre algarrobos añejos y reptiles.
 Serán cuatro a cinco leguas las que nos separan del poblado. Allá hay médicos, víveres y oficinas para hacer trámites.
Desde esta altura, el llano se ve recorrido por remolinos que se elevan en dirección a los cúmulos ralos que surcan el espacio. La incandescencia luminosa solo invita a rememorar fuego. Sólo el constante y fuerte viento que barre incansable en dirección abajo, ululando, soplando, susurrando, arrastrando, llevándose todo lo que no esté anclado o aferrado al suelo, atraído además por ese secreto magnetismo que ejercen los abismos.
Abajo el calor aplasta: El aire, en verano, se vuelve incendiario en el día, aunque la noche de suaves brisas sea más clemente.
Los antiguos bosques, expoliados por generaciones, fueron  suplantados por un desierto metamórfico de cauces empedrados y enarenados por desbordados torrentes  veraniegos: Plantaciones de  longevos olivos, tapizan los campos en las quebradas impuestas al paisaje por algún cauce, en este desierto lunar e incandescente.
En el pueblo, se pagan impuestos, se inscriben nacimientos y defunciones o se buscan vituallas para el año, aunque algunas veces se desciende también para las celebraciones religiosas: la festividad de San Isidro precedida por la llegada de parcos montañeses montados de a caballo, de a  mular o de a pie: sus misachicos de vírgenes virreinales: trayendo cintas y  flores de tela para ornar el dosel del ícono de bueyes meditabundos que presidirá la festividad, enredando con esas cintas, flores, pequeñas vasijas de terracota  o diminutas herramientas para la labranza: en los preparativos apenas se oyen aquellas quedas voces en derredor a la litera desde la  cual el  santo bendecirá los cardinales para la abundancia de futuras  cosechas,   siempre algo de las siembras para la supervivencia y un excedente para obtener algún dinero. Alrededor de la imagen, los lugareños.
Más tarde, durante el  recorrido de la procesión armonizada por quenas y tambores que inundan  el aire de buenas intenciones, los solitarios montañeses seguirán la música que puede  llegar al  Divino con sus oraciones, sus padrenuestroquestasenloscielos, etéreo, aéreo. Distante.  Santificadoseatunombrevengaanostureino, recorriendo la inmensidad del valle, barriendo como la ventisca los huertos, deshaciendo cualquier creación indeseable, transmutándola por realizaciones, hágasetuvoluntadasíenlatierracomoenelcielo, que se cumpla lo que yo quiero,  hágasetuvoluntadasíenlatierracomoenelcielo, cúmpleme mi deseo, hágasetuvoluntadasíenlatierracomoenelcielo, que se cumpla, que se cumpla, que se cumpla.
Ella también es mía. PorlavoluntaddeDiospadretodopoderoso.
Era la tarde y la hora en que el sol la cresta dora  de los Andes. Acaso son esos rayos oblicuos, que descienden al caer de la tarde, convirtiendo en oro refulgente las matas de pastizales los que evoca Echeverría. Son las mismas luces que cambian a cada instante transmutando cada visión en  irrepetible, sin embargo siempre está, aunque cambiante, transmutante está, esquelaluzdeDiosnuncafalla.
Los campos, dorados bajo las últimas luces de la tarde: el nevado azul y plata elevándose todavía más arriba de las majadas de nubarrones  que se irán arrimando en pos de la próxima tormenta de verano: rayos, relámpagos, truenos, centellas, vendavales, aguaceros espesos alimentando las erosivas crecientes que se precipitan entre desfiladeros,  juntan cauces y rugen por los campos tras lo cual, el nevado volverá a emerger más nevado aún: Límpida de impurezas, la atmosfera permitirá ver el paisaje, nítido en la distancia.
Era sí de pocas palabras y  beber demasiado, se ponía violento y hasta desconocía a sus propios afectos. No era malo, sólo se emborrachaba los fines de semana.
El caballo había regresado solo a su querencia: pensaron en un accidente, buscándolo durante varios días, hasta  finalmente encontrarlo: Fue muy doloroso para sus hermanos hallarlo gracias a  los círculos volátiles de carroñeras. Arriba, en la chispeante luminosidad de la atmosfera, espirales concéntricas de negros eslabones entre el cielo y la tierra: los cóndores. Abajo, esperando a su amo que no despertará más de ese extraño sueño en el que pende con los pies despegados aunque cercanos al suelo: En el vórtice mismo de aquel espiral, casi tocando el piso, colgaba de su lazo en un solitario algarrobo, el perro gruñendo y disputándose con las negras aves el amo.
Algo ha de sentir ella, aunque nunca lo sabremos. Es también de pocas palabras.
De la  fauna,  el que más alto llega es el  cóndor, planea en círculos entre  arco iris circulares  que proyecta la luz sobre un cielo de amatista, más arriba que cualquiera de estos innumerables cerros que se suceden  hasta la cordillera: milenariamente vuela como cuando descarnaba a los ancestros: Ese sería el origen de esa energía oscura que deambula cerca de la cuesta: se le armó un lindo monolito con una importante cruz y, en el interior, su fotografía. ¿Por qué será que en las fotos de los muertos se percibe la muerte acechante? Esos ojos vacíos, inmóviles. Esa expresión de ya no soy. Aunque padrecura, no haya permitido que pusieran cruz sobre su tumba en el camposanto.
Allá permanece, incluso después que descolgaron y sepultaron el cuerpo, deambulando por los lugares donde habitualmente solía circular. Habría algo en él que no se resignaba. ¿A qué se debería ese apego que no lo liberaba? lo mantuvo encadenado hasta ahora mismo al sitio: seguro que descarnado no podría retornar sobre sus pasos.
Por allá pena el que se sabía dueño de toda esta tierra y su hacienda por herencia, por derecho  consuetudinario.  Amarrado, aprisionado a este lugar entre los despeñaderos.
La lana para hilar y luego entramar en el telar, pasando la estación fría cerca del fuego: Catalina tejía los mejores ponchos por estos lares. Trama cerrada y abrigado como ninguno. Era una tarea que le llevaba buena parte de las frías jornadas. El segundo marido, que la volvería  viuda por segunda vez, aunque ellos todavía lo ignoraran, hacía girar la piedra del molino con la ayuda de pacientes y  voluntariosos  bueyes, obtenía harina que compartía por maquila con los vecinos, mientras ella tejía o bordaba las coloridas alforjas con motivos florares, frutales y hasta ornitológicos, para adornar las ancas del animal.
Los vendía, bien cobrados porque era una tarea larga y ardua. En ocasiones, él trenzaba los tientos cortados de los cueros vacunos, encerados hasta convertirlos en resistentes lazos para las tareas de campo.
Pero ese día en que ocurrió aquello, yo ya estaba próximo a darme cuenta de que es imposible obrar un bien sin cometer un daño. Entiéndase que quiero resaltar que tras mucho meditar y en muchos sentidos, la lógica me llevó a deducir que esto era una ley, no escrita pero tan concreta y verificable como la de la misma gravedad.
Iba atravesando el campo cuando divisé a la anciana a la orilla del camino. Llevaba un inmenso bolsón más alto que la mitad de su humanidad. Mirándome a contraluz se tapaba los ojos pero con angustia en el gesto me pidió que  la acercara. Un perro rojizo y grande la merodeaba haciéndole fiesta.
Puedo llevarla a usted pero no al perro, le aclaré por si acaso a lo que ella apresurada, advirtió.
No, si no es mío. Me viene siguiendo desde hace un rato.
En la distracción de apear a la anciana en las ancas el buen caballo, éste pisó la pata del perro y el perro desesperado tiró primero el tarascón y aulló luego pero ya el caballo había tirado a la vieja al piso.
Lo que iba a ser una obra de bien, es decir interesada en el bienestar del  prójimo, se transmutó en un pésimo rato, aunque se dice que no ha de arrepentirse aquel que obra bien intencionadamente. Después de aquella desafortunada situación entendí  que podría arrepentirme sin desmedro de la buena voluntad que hubiere:
Ella no volvió a coquetear. Parecía que todos le fuéramos poco. Tampoco guardó ni luto ni  cargo por la manera en que murió. Como si percibiera que no terminó de desaparecer, tanto como  lo hubiera deseado: decían también que esa oscura energía deambula cerca del remanso donde el agua lavó su inocencia: Dicen que esos muertos no tienen descanso.
Aunque en las tardes de verano suele ir al río a tomarse un baño, la acompaña ahora un perro guardián que es malo como un demonio: No dejaría que ni un espectro se le acercara.
Ya no hay lugar en esta tumba.  Apenas podemos apretarnos más. Aunque la tierra es generosa y digerirá los cuerpos físicos en un plazo no demasiado largo: ¿No es acaso bíblica sentencia? Polvo eres y polvo serás. Somos tierra pero también una fuerza mantiene cohesionado ese orden que impide que todo  se desmorone; y  también somos agua y fuego, aunque alguna fuerza también impide que entre ellos se devoren y madera, aunque la expresión final será tierra. ¿Y el fuego? ¿Será acaso el alma?
Pero ¿Qué es esa inmortalidad llamada alma? fuego, el ánima, el cuerpo vital, encadenada a esa otra cosa que es la mortalidad del cuerpo, que es mineral, tierra. Eso es la vida: Fuego sobre tierra, agua sobre tierra.
Las voces vuelven, acaso es el retorno de los niños conduciendo la hacienda a buen resguardo, deshaciendo el camino: Hasta no hace mucho, aquella niña era una de esas voces. 
Hay veces en el verano, cuando vuelve de tomar su baño, aprovechando las penumbras de las últimas luces sobre el nevado, en que se detiene en el camposanto y sacrílega mente orina sobre aquella tumba sin cruz.
Aquí mismo, por donde pasan los vientos, tantos que ni los muertos encuentran descanso.

JORGE NAMUR, Yerba Buena, julio de 2011