LA SALVACIÓN POR LOS SALVADOS
"Breve historia de los votantes y de los candidatos a
salvar el mundo"
La niebla se desplaza perezosamente sobre las laderas
montañosas recubiertas por la nuboselva, es la húmeda respiración de Pacha mama generando y regenerando como lo hizo desde
tiempos inmemoriales la vida. Esa umbrosa y sutil niebla, de pronto se condensa
en agua llovida o pegajosa o se evapora en muselinas que envuelven y disuelven
los titánicos árboles en la distancia, apenas disimulan el fucsia de algunos
lapachos floridos: últimos supérstites de la antigua selva del Tucma. A su
arribo los primeros conquistadores debieron asombrarse de la escala cromática
de esta selva que hacia agosto se erizaba de rosados lapachos y hacia noviembre
de purpurados jacarandaes. Ambas nobles maderas que al corto entender del
“dominarás y someterás” bíblico fueron las primeras en exterminar de su
hábitat. Raras hoy entre los ejemplares
añosos de la selva residual: tempranamente fueron usadas para construir
carretas, muebles y enseres. Era el inicio de un exterminio. Era el inicio de
la colonia.
A menos de cinco kilómetros apenas de este bucólico escenario donde
bandadas de urracas vuelan pesadamente entre las copas, indiferentes a los trinos
de infinidades de aves desde infinitas direcciones, donde familias bullangueras
de loros irrumpen en los cielos siempre nubosos con su algarabía de croares y
colores, los políticos se ofrecen bullangueramente al público.
Harto más bulliciosos que la naturaleza toda, muchos de esos candidatos, antes de contaminar
el sonido virginal de su ámbito inmediato, han contaminado
afanosamente la moral pública con incontables actos de corrupción, pero
tan indiferentes a sus errores como sus inmunes electores, vuelven a solicitar
el voto, en parte quizá para blindarse con fueros porque no pueden ya escapar a
lo engorroso de sus viles gestiones al frente de las reparticiones públicas
desde las que ejercieron sus cargos, y en parte porque convertidos en parásitos
no pueden insertarse ya en el mundo laboral del hombre común tras tantos años
de vivir a costas del estado. Será por ello que sus cánticos rememoran una
fiesta, una idolátrica festividad de un mundo a rescatar y casi diametralmente
opuesto al que pregonan.
Innumerables otros se suman
a la oferta como renovación: aún no
mostraron sus códigos éticos en el ámbito público, aunque lo hayan hecho
solapadamente en el privado, dejándonos
perplejos y desorientados a la hora de
elegir. ¿Qué renovarán? queda para
hipótesis de los interesados.
Antes se ensañaron en estropear el paisaje con gigantografías de sus
ególatras humanidades: Feos son muchos de ellos a más de amorales, ensucian la fisiografía,
además ensordecen con sus cánticos de ofertas electorales.
Estropean el medio ambiente arrojando sus volantes
publicitarios de a docenas para ir a ensuciar calles, tapar bocacalles de
tormentas y empastar paredes y postes con papelería superpuesta hasta crear un
barroco e idílico espacio de oportunidades y promesas que sabemos falsas: Todos
salvarían al país de sus postrimerías, aunque es seguro que de llegar indemnes a
ocupar ese espacio rápidamente aumentarán la ya pesada carga impositiva para
salir a contratar empresas a veces creadas por ellos mismos y para propio
peculio para solucionar esos faltantes, nada urgentes y seguramente
innecesarios. Más probablemente que son problemas inexistentes.
Cercenan árboles con la sola condición de que sus
retratos, esmeradamente empro lijados por el foto shop, sobresalgan sobre los
ciudadanos diminutos e insignificantes que deambulamos bajos sus pérfidas y
onerosas fotografías.
Han perdido todo decoro en su desesperación por
acceder al poder. Y nosotros minúsculos ciudadanos que tendremos que elegir
entre esa turbamulta de dudosos oferentes, caminamos empequeñecidos por la
inmensidad de tanta fanfarria.
¿Nos salvarán o se salvarán ellos?
Arriba la nuboselva acorralada persiste en sostener
sus ciclos como desde eones lo hace, cada vez más contaminada y empobrecida,
rumiando solitaria la ausencia del jaguar cuyo temible rugido fuera apagado al
inicio de la industrialización, perpleja por el ausente trastabillar de las
tímidas pezuñas del tapir extinguido al compás del lamento de Lennon clamando
como dos mil años antes lo hiciera Cristo al decir que todo lo que el mundo
necesita es amor. Extrañando el sigiloso deambular del puma, el seguro paso del puercoespín inmune a toda urgencia y
temor a ningún predador.
¿Qué hacer ante tamaña invasión, ante la desmesura del
atropello?
Todavía habrá
que elegir como buscando la aguja en el pajar un candidato para que ocupe ese
sitio de privilegios y gane un sueldo como si algo fuera a solucionar mientras
la selva agoniza, herida en sus entrañas, derramando por sus cauces y
vertientes arrolladoras tormentas incontenidas de verano.
¿Si hoy no son capaces de percibir el alcance de sus
corrompedores actos, por qué lo serían más tarde?
En un mundo donde la justicia poética se impusiera,
preso estarían por mentir a futuro lo que ya a presente muestran ignorar.
Dejo esta incógnita para develo de mentes más aptas: ¿Cómo
salvar al mundo de ellos?
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