Un amanecer, Frankie Coleóptero despertó de un sueño intranquilo para descubrirse convertido en un diminuto humano: la noche precedente, se había dormido en su madriguera, y al abrir los ojos se encontró descansando entre incalculables insectos. Se hubiera aterrorizado de no ser su costumbre amaneceres similares, no obstante, se sentía raro. A cambio de sus patas coriáceas contaba ahora con pálidas y flácidas piernas, miró sus élitros y en su lugar descubrió un par de brazos cuyos extremos despuntaban frágiles manos. Para corolario de esta imprevista y desconcertante metamorfosis, un calor novedoso irradiaba de su cuerpo, y esto si que lo atemorizó, puesto era motivo suficiente para despertar el morboso apetito de los hasta ayer sus congéneres. Al intentar articular sus alas, obtuvo como resultado un ridículo movimiento de brazos, que lo asemejaron por un instante a un bailarín ensayando un vuelo en su paso. El hecho conmocionó al grupo, entre los que comenzaban a despertar los primeros que se movilizaron excitados. ¡ Nunca hubieran imaginado un humano tan indefenso!
¿Qué es?- se preguntaban los más jóvenes anonadados.
¡Siempre el mismo Frankie, haciendo otra de las suyas!- decían los más viejos bostezando.
Un círculo de insectos lo escrutaba; cual collar de ambarinas cuentas, una sucesión de ojos convexos e inmóviles lo estudiaba desde frías órbitas.
Cuenta la leyenda que en un país paralelo un tal Gregor Samsa fue aislado y ejecutado por sus propios padres y hermanas.
Cuenta también que en el país de los insectos conmemoran a un tal Frankie, que en épocas pretéritas lideró un grupo de subterráneos ejércitos.
Jorge Namur
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