domingo, 14 de junio de 2009

NIEBLAS

Y esta vez se desvaneció lentamente, empezando por la punta de la cola y terminando por la sonrisa, que permaneció un rato más cuando el resto ya había desaparecido.
Lewis Carrol
Alicia en el país de las maravillas.

Juan Barbosa debió salir a caminar esa pálida mañana de Mayo. Y hasta diría que puedo imaginarlo. Quién lo haya conocido tan profundamente como yo, podrá deducir por asociación los hechos ulteriores.
La primera vez que lo vi fue un rato antes de que me lo presentaran: en la humareda del bar aparecía como desdibujado y sombrío. Solo una vez lo vi sonriente y nunca podré olvidarlo; también debió sonreír aquella mañana de Mayo.
-Mi abuelo y su hermano fueron marinos. Los mandaron a fondo en el Paraná con una ráfaga de metralla un amanecer neblinoso. Según dicen, se dedicaban al comercio sin impuestos- me contó aquella noche - y me di cuenta de cuál era su verdadera pasión cuando me relató lo de su nacimiento, como sacando sus anécdotas de entre la bruma de los recuerdos de su tradición familiar.
- Nací un cerrado amanecer. Decía mi madre que para llamar al médico que vivía a tres kilómetros, mi padre tuvo que andar dos horas tentando entre la niebla hasta encontrar el camino.
¡ La niebla! Era lo único que le fascinaba: despertaba en él una atracción morbosa, irrefrenable. Como aquella tarde en que viajábamos por El Clavillo, las nubes habían envuelto el bosque y quiso que camináramos. Jamás vi hombre tan satisfecho. Corría como si flotara entre los vapores, como si no tuviese peso, casi etéreo; parecía una muselina en la distancia. Luego volvió a mi lado y, sin mediar palabra mientras me sonreía, comenzó a diluirse lentamente hasta que pude ver a través de él los árboles esfumados, la sombra de los helechos y la niebla opalescente circundándonos.
Su sonrisa, en éxtasis, me quedó grabada indefinidamente. Y más aún porque después de regresar lo vi tan sombrío y taciturno, como si estuviese abatido, hundido en el fracaso.
Yo había estirado vanamente los brazos para tocarlo, lo traspasé como si no hubiese nada y comenzaba a desconcertarme, cuando volvió a condensarse.
Cierto: aquella mañana de mayo hubo niebla. La noticia en el diario decía: " Salió de su domicilio en la madrugada del 15 del corriente, sin que se haya vuelto a tener noticias de su paradero."
Averigüé luego que la denuncia policial fue asentada por su casera, quien no vaciló un instante en hacerla al sospechar la probable falta de pago.
Quizá yo sea el único en conocer su verdadero destino. Puedo imaginarlo: henchido de satisfacción, debió ver las grevilleas gigantescas perder sus copas entre la bruma. Quizá el paisaje vago lo conmovió tanto que se esfumó lentamente. Puedo imaginarlo entre los vapores, un vapor más y su sonrisa translúcida atravesando árboles y hojas, hasta que el viento se ocupó de diluirla, suavemente, como diluye la niebla.

Jorge Namur

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